Capítulo 101
CONCEPTOS DEL APÓSTOL SANTIAGO
El apóstol Santiago no confiere a Jesús el título de Mesías en el sentido que le dan los cristianos, sino que alude al cabalístico Rey Mesías, el Señor de Sabaoth (145), y repite varias veces que vendrá el Señor; pero sin que en pasaje alguno lo identifique con Jesús.
Así dice:
Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor... Esperad, pues, también, vosotros, con paciencia..., porque se ha acercado la venida del señor... Tomad, hermanos, por ejemplo del fin que tiene la aflicción, el trabajo y la paciencia al profeta (Jesús) que habló en nombre del Señor (146).
Si bien en el texto actual de la Biblia aparezca el plural “profetas” en vez del singular, se trata de una evidente adulteración, cuyo propósito no hay necesidad de indicar. En el versículo siguiente añade Santiago:
Ved que tenemos por bienaventurados a los que sufrieron. Visteis el sufrimiento de Job y visteis el fin del Señor, porque el Señor es misericordioso y piadoso (147).
En este pasaje equipara en perfecta igualdad el ejemplo de Jesús con el de Job.
Pero ¿a qué aducir más argumentos? El mismo Jesús glorifica al profeta del Jordán diciendo:
¿Mas qué salisteis a ver?, ¿un profeta? Ciertamente os digo y aun más que un profeta... En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no se levantó mayor que Juan el Bautista (148).
¿Y de quién había nacido el que así hablaba? La Iglesia romana convirtió en diosa a María, la Madre de Jesús; pero a los ojos de los demás cristianos era una mujer, concebida o no sin mancilla. Por lo tanto, el mismo Jesús confesaba que Juan era mayor que él al decir que no había otro mayor entre los nacidos de mujer. Lo mismo se colige de las palabras del arcángel Gabriel: “Bendita eres entre todas las mujeres”. No la llama “diosa” ni la titula “madre de Dios” ni siquiera “virgen”, sino tan sólo “mujer”, aunque la distingue entre todas las de su sexo en razón de su pureza.
Los nazarenos tenían también los nombres de bautistas, sabeanos y cristianos de Juan. No creían que el Mesías fuese el Hijo de Dios, sino sencillamente un profeta que había abrazado las doctrinas de Juan, el hijo del Abosabo Zacarías, quien le dijo:
El que crea en mi justicia y en mi bautismo entrará en mi asociación y compartirá conmigo el solio, asentado en la mansión de vida del supremo Mano y del fuego viviente (149).
Expone Orígenes sobre el particular:
Algunos dicen que Juan el Bautista fue el Cristo. El ángel Rasiel de los cabalistas equivale al arcángel Gabriel de los nazarenos y al Mensajero enviado por Dios, según los cristianos, para anunciar a María la Encarnación del Verbo (150).
Pablo adoptó la terminología de los nazarenos en aquel pasaje que dice:
Y el postrero de todos, como a un aborto, me apareció también a mí (151).
Además, Pablo no repara en decir que pertenece a los herejes, como se infiere de este pasaje:
... según la secta que ellos dicen herejía sirvo yo a mi Padre y Dios (152).
Cuando empezó a prevalecer la doctrina gnóstica que consideraba a Jesús como el Verbo hecho carne, hubo una escisión entre cristianos y nazarenos, pues estos acusaban a aquéllos de pervertir las doctrinas de Juan y no practicar el bautismo en el Jordán (153).
Sobre esto dice Milman:
A medida que el Evangelio transponía las fronteras de Palestina, el nombre de Cristo, santificado y venerado en las ciudades orientales, se convirtió en una especie de abstracción metafísica, al paso que la religión iba encubriendo su puro aspecto moral bajo la forma de teogonía especulativa (154).
El único documento originalmente auténtico que de los tiempos apostólicos ha llegado hasta nosotros, es el Evangelio de San Mateo, seguido por los nazarenos, que contiene la doctrina secreta y las parábolas de Jesús a que alude Papias. Estas parábolas o proverbios eran análogos a los compendios (aporretha) que servían de texto al neófito y explicaban algunos ritos y símbolos necesarios para la iniciación. Si no hubiese sido así, ¿cómo se comprendería el secreto de Mateo).