Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 51

ICONOGRAFÍA CRISTIANA

Ante el altar de Júpiter Ammón colgaban los sacerdotes sonoras campanas de cuyo timbre colegían sus augurios (100). También los sacerdotes budistas invocan a los dioses a toque de campana para que desciendan sobre el altar (101). Por lo tanto, los cristianos aprendieron el uso de las campanas (102) de los budistas tibetanos y chinos. El mismo origen tienen los rosarios de cuentas que desde hace veintitrés siglos siguen usando los monjes budistas (103).

Los egipcios tenían el sinónimo de nuestra palabra monja con la misma significación actual, y todavía se conserva intraducida la voz nonna en la terminología cristiana.

Los artistas prenoicos (104) de Babilonia circuían de una aureola o nimbo la cabeza de las figuras humanas a quienes querían tributar honores divinos, y este mismo nimbo reapareció siglos más tarde en la iconografía cristiana. Las representaciones pictóricas de Isis y Krishna, transmutadas después en María y Jesús (105), no son puramente astronómicas, sino que simbolizan las divinidades masculina y femenina en conjunción análoga a la del sol y la luna. Es la unión de la Tríada y la Unidad (106).

Y como es arriba, así es abajo y fuera y dentro del simbolismo de la Iglesia cristiana, en cuyos ritos y ornamentos se descubre el sello del exoterismo pagano. En el vasto campo de los conocimientos humanos no hubo punto más ignorado de las gentes, o de propósito encubierto a sus miradas, como el que señala cuanto a la antigüedad se refiere con su pasado venerable y sus creencias religiosas estropeadas bajo los pies de la posteridad, cuya ceguera confunde a los hierofantes y profetas, iniciados (mistoe) y videntes (epoploe) con los adoradores del diablo. El sacerdote cristiano, después de ataviarse con los despojos del vencido, le anatematiza valiéndose de las mismas fórmulas, ritos y ceremonias aprendidos de labios del anatematizado. La Biblia sirve de arma contra el pueblo cuya sagrada Escritura fue durante siglos. El adepto pagano escucha maldiciones bajo el mismo techo que presenció su iniciación, y el mono de Dios (107) recibe exocista aspersión de agua bendita (108) de las manos que empuñan el mismo lituus (109) de los antiguos augures.

Por parte del clero y vulgo de los cristianos se advierte vergonzosa ignorancia y la despectiva soberbia que tan valerosamente flageló el clérigo Gross contra el prejuicio de sus colegas al decir:

La investigación es tarea inútil o criminosa cuando hay deliberado intento de menoscabar las religiones antiguas... Tan sólo este lamentable prejuicio pudo adulterar de tal manera la teología del paganismo y contrahacer o, mejor dicho, caricaturizar su culto religioso. Hora es ya de levantar la voz en vindicación de la verdad ultrajada y de que los contemporáneos tengan más sentido común para no vanagloriarse hasta el punto de creer que la razón es privilegio exclusivo de los tiempos modernos (110).

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