Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 50

SINCERIDAD DE LOS FAKIRES

No obstante su “empedernido racionalismo”, según él lo llama, se ve precisado Jacolliot a confesar la autenticidad de cuantos prodigios describe, y la sincera actuación de los fakires a cubierto de toda impostura, diciendo (134):

Jamás eché de ver en los fakires ni el más leve intento de fraude... Sin titubear confieso que ni en la India ni en Ceilán encontré a un solo europeo, por larga que fuese su permanencia en el país, capaz de explicar el procedimiento empleado por los fakires en la operación de estos fenómenos... A pesar de mis diligentes indagaciones entre los purohitas, muy poco pude averiguar respecto de los invisibles iniciados de los templos..., y aun al leer los libros religiosos, tropecé con misteriosas fórmulas y combinaciones de letras mágicas cuyo sentido me fue imposible descubrir.

No es extraño que ningún europeo residente en India fuese capaz de explicarle a Jacolliot el procedimiento empleado por los fakires, cuando él mismo fracasó en el empeño, no obstante las favorables coyunturas que se le ofrecieron para conocer de primera mano los ritos y doctrinas de los brahmanes.

Aunque los fakires no pueden pasar más allá del primer grado de iniciación, son los únicos intermediarios entre los profanos y los iniciados de categoría superior, que rarísimas veces cruzan los dinteles de sus sagradas viviendas. Estos “silenciosos hermanos” se llaman yoguis fukara; y ¿quién sabe si tienen mayor intervención que los mismo pitris en los fenómenos psíquicos de los fakires tan gráficamente descritos por Jacolliot? ¿Quién sabe si el fluídico espectro del brahmán visto por Jacolliot era el doble etéreo de uno de estos misteriosos sannyâsis?

Pero oigamos al mismo Jacolliot en el siguiente relato:

Un momento después de la desaparición de las manos, prosiguió el fakir recitando con mayor fervor los mantras, cuando una nube parecida a la primera, pero de tinte más intenso y más opaca, vino a cernerse sobre el brasero que a instancias del indo había yo alimentado constantemente con ascuas de carbón. Poco a poco fue tomando la nube forma humana, y distinguí el espectro o fantasma, no sé cómo llamarlo, de un viejo brahmán que se arrodilló junto al brasero. Llevaba en la frente los atributos de Vishnú y ceñía el triple cordón privativo de los iniciados de la casta sacerdotal. Juntaba las manos sobre la cabeza como durante el sacrificio, y movía los labios cual si orase. A poco, tomó una pizca de polvo perfumado y lo echó en las brasas. Debía de ser un compuesto de mucha eficacia, porque al instante se levantó una espesa humareda que llenó los dos aposentos.

Luego de disipado el humo advertí que el espectro me tendía su vaporosa mano, y al estrecharla a modo de saludo, noté con asombro que daba la sensación de caliente y viva aunque ósea y dura. Entonces exclamé: ¿Fuiste verdaderamente habitante de este mundo? Apenas hecha la pregunta, apareció y desapareció alternativamente en el pecho del espectro la palabra AM (sí), escrita en caracteres luminosos de aspecto fosforescente.

-¿Me dejarás algo en recuerdo de tu visita?- volví a preguntarle.

El espectro se desciñó el triple cordón y me lo dio, al propio tiempo que se desvanecía de mi vista (135).

En apoyo de este fenómeno, tenemos el pasaje siguiente:

¡Oh Brahma! ¿Qué misterio es éste que ocurre todas las noches?... Echado en la estera, con los ojos cerrados, el cuerpo se pierde de vista y el alma vuela a conversar con los pitris. Vela por ella, ¡oh Brahma!, cuando abandona el yacente cuerpo y se cierne sobre las aguas para cruzar la inmensidad de los cielos y penetrar en los obscuros y misteriosos rincones de los valles y selvas del Hymavat (136).

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