Capítulo 63
LOS SÍMBOLOS DEL CRISTIANISMO
Por mucho que disientan de nuestra opinión, aplaudimos calurosamente a comentadores como Higgins, Inman, Knight, King, Dunlap y Newton por haber acopiado nuevas y numerosas pruebas de la filiación pagana de los símbolos cristianos. Sin embargo, la tarea de estos investigadores resulta infructuosa por lo incompleta, pues faltos de la verdadera clave de interpretación, sólo ven el aspecto material de los símbolos y es para ellos libro sellado el espiritualismo de la filosofía antigua, por desconocer la contraseña que pudiera abrirles las puertas del misterio. Aunque a su juicio respecto de las antiguas enseñanzas sea diametralmente opuesto al de los clericales (179), no satisface las ansias de quienes buscan la verdad. Al contrario, sus trabajos de investigación favorecen el materialismo, así como las enseñanzas clericales fomentan la supersticiosa creencia en el diablo.
Aunque el estudio de la filosofía hermética no allegase otra ventaja, bastaría la de mostrarnos la perfecta justicia que gobierna el mundo. Cada página de la historia equivale a un discurso sobre este tema, y ninguno de tan profunda enseñanza moral como el caso de la Iglesia romana, que por singular imperio de la divina ley de compensación se ha visto privada de la clave de sus propios misterios religiosos (180), y en modo alguno pueden compararse sus sacerdotes con los antiguos hierofantes en el conocimiento de las fuerzas naturales.
Al quemar las obras de los teurgos, proscribir a cuantos se dedicaban a su estudio y tildar de demoníacas las operaciones mágicas, dio Roma motivo para que los librepensadores interpreten arbitrariamente los símbolos religiosos, que se tengan por obscenos los emblemas sexuales y que los sacerdotes, sin darse de ello cuenta, conviertan los exorcismos en invocaciones nigrománticas. La crueldad, hipocresía e injusticia del clero romano han sido las armas suicidas en que se manifestó la sanción de la divina ley distributiva.
La verdad divina es sinónima de la verdadera filosofía. Una forma religiosa enemiga de la luz no puede fundarse en la verdad divina ni en la filosofía verdadera, y por lo tanto, ha de ser forzosamente falsa. Los antiguos Misterios sólo eran tales para los profanos, pero no para los iniciados, pero a ningún hombre del talento de Pitágoras y Platón le hubieran satisfecho los no explicados misterios del dogma cristiano. La verdad no puede ser más que una, y si sobre un mismo asunto hay contradictorias opiniones, por entre ellas anda el error; pero vemos que, no obstante los opuestos cultos de las mil religiones exotéricas que unas con otras lucharon desde que los hombres pudieron comunicarse sus ideas, no hay una sola, ni la de la tribu más salvaje, que deje de creer en el alma inmortal del hombre y en el invisible Dios, Causa primera de las inmutables leyes de la Naturaleza. Ni opinión ni escuela ni fanatismo alguno han podido desvanecer esta universal creencia que, por lo tanto, ha de estar apoyada en la verdad absoluta. Por otra parte, las religiones exotéricas y las numerosas sectas de ellas desgajadas inculcan a sus fieles un concepto falso e incompleto de la Divinidad bajo un cúmulo de especulaciones teológicas a que llaman revelación; y como los dogmas definidos de cada religión por ser distintos no pueden ser verdaderos, ¿qué valor tienen si son falsos?