Capítulo 128
CRISTIANOS Y BUDISTAS
Cerca de seiscientos años después de la muerte de Jesucristo, calificada de deicidio, apareció Mahoma (152) cuando el mundo greco-romano era todavía presa de turbulencias religiosas y se resistía a consolidar en las costumbres el cristianismo impuesto por los edictos imperiales. Mientras los concilios discutían el texto bíblico, la unidad de Dios prevalecía contra el concepto de la Trinidad y el número de musulmanes sobrepujaba al de cristianos, porque Mahoma no pretendió jamás igualarse con Dios, pues de lo contrario no hubiese difundido tan rápidamente su religión. Aun hoy los creyentes en Mahoma superan en número a los creyentes en Cristo. Gautama predicó como simple mortal siglos antes de Cristo y, sin embargo, su ética religiosa aventaja inmensamente en belleza moral a cuanto pudieron soñar Tertuliano y San Agustín.
El verdadero espíritu del cristianismo se echa de ver por entero en el budismo y parcialmente en las demás religiones calificadas de paganas. Gautama no se atribuyó naturaleza divina ni tampoco le divinizaron sus discípulos; y a pesar de ello, el budismo tiene hoy muchísimos más prosélitos que el cristianismo (153). pOcos son los induístas, budistas, mahometanos y judíos que apostatan de su fe, al paso que por los países occidentales se extiende de día en día la lepra del materialismo que amenaza corroer el propio corazón del cristianismo. En las naciones tan erróneamente llamadas paganas apenas hay ateos, y los pocos inficionados de materialismo pertenecen a las clases acomodadas de las ciudades populosas, donde abundan los europeos. Con mucha razón dice el obispo Kidder:
Si un sabio se viese precisado a elegir entre todas las religiones que se profesan en el mundo, seguramente dejaría en último término el cristianismo.
En un folleto copia Peebles del Athenoeum de Londres un artículo en que se describe el dichoso estado de los virtuosos habitantes de Yarkand y Kashgar, y a manera de comentario exclama:
¡Benignos cielos! ¡No permitáis que los misioneros cristianos se acerquen a los felices y paganos tártaros! (154).
Desde los primeros tiempos del cristianismo, el nombre de cristiano ha sido siempre más bien simulación que prueba de santidad. Véase cómo fustiga San Pablo a los fieles de Corinto en este pasaje:
Por cosa cierta se dice que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación, cual ni aun entre los gentiles; tanto, que alguno abusa de la mujer de su padre (155).
San Pablo es el único apóstol digno de este título por el claro concepto que del incomparable filósofo y mártir de Galilea resplandece en sus Epístolas, no obstante las adulteraciones perpetradas en su texto por los canonistas (156).
Respecto a los demás apóstoles y en particular a los evangelistas, no es posible fiar mucho en ellos desde el momento en que atribuyen a su maestro milagros relatados en los libros indos en iguales términos y circunstancias, como vemos, por ejemplo, en el conmovedor episodio de la resurrección de la hija de Jairo, que está copiado de análogo prodigio de Krishna, según demuestra el siguiente pasaje: