Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 172

TOLERANCIAS INMORALES

No es extraño que la crítica mantenga en sospecha la moralidad de las ramas desgajadas del cristianismo, cuando precisamente, hasta principios del siglo anterior, la Iglesia ha tolerado en su seno los excesos de que a los heterodoxos inculpa. Así nos lo atestiguan muchos historiadores, en cuyo relato podemos apoyarnos para investigar imparcialmente esta cuestión.

En 1233 el pontífice Gregorio IX publicó dos bulas condenatorias de los estedingeritas que se entregaban a prácticas paganas y mágicas (125), por cuyo delito fueron exterminados en nombre de Cristo y de su Santa Madre. En 1282 el párroco de Inverkeithing, llamado Juan, celebraba el día de Pascua ritos mucho más abominables que los de la magia negra, pues congregaba a multitud de doncellas que, después de puestas en frenesí mántico como furiosas bacanales, ejecutaban la danza cíclica de las amazonas alrededor de la imagen del pagano dios de los jardines; y aunque algunos feligreses le denunciaron ante el obispo de la diócesis, nada resolvió éste en contra, porque demostró el párroco que se limitaba a seguir las costumbres del país (126). Por otra parte, los valdenses, precursores de los protestantes, fueron calumniados de los más nefandos y horrendos crímenes, por lo que se desencadenó contra ellos una exterminadora persecución, mientras los triunfantes calumniadores celebraban las paganas procesiones del Corpus Christi con emblemas remedados de los de Baal y Osiris (127).

Pero como la Iglesia romana no tiene ya medio de calumniar a los demás cristianos, se ha revuelto contra los indos, chinos y japoneses, a quienes califica de paganos y les acusa de prácticas libidinosas. Sin embargo, bien podrían los autores católicos fijarse en ciertos bajorrelieves de la puerta de la basílica de San Pedro, que si tan de bronce como la puerta misma, no lo son tanto como los escritores que fingen ignorar los hechos históricos. Una larguísima sucesión de pontífices posaron sus ojos en aquellas representaciones de la más degradante obscenidad, sin que ninguno se haya determinado a eliminarlas, sino que, por el contrario, hubo papas y cardenales que pusieron en práctica, acaso por sugestión artística, aquellas paganas actuaciones de los dioses de la Naturaleza.

En un templo católico de la comarca polaca de Podolia había, hace años, un Cristo de mármol negro, al que se le atribuían virtudes milagrosas en determinados días, y cuya barba y cabellera crecían a la vista de los fieles, con otros prodigios de menor cuantía, hasta que, al fin, prohibió el gobierno ruso tan edificante espectáculo.

Al apoderarse de Embrun (Altos Alpes) los hugonotes, encontraron en los templos de esta ciudad reliquias de tal naturaleza, que, según refiere la crónica, los veteranos se sonrojaban semanas después con su solo recuerdo. En la iglesia de San Fiacro, cerca de Monceaux (Francia), había, y aun hay, si no nos engañamos, un asiento llamado “la silla de San Fiacro” a que se atribuía la virtud de volver fecundas a las mujeres estériles. La misma propiedad se le reconoce a una roca de las inmediaciones de Atenas, cerca de la tumba de Sócrates (128).

Todas las reformas religiosas tuvieron puros y sencillos comienzos. Los primeros discípulos de Gautama, como posteriormente los de Jesús, fueron hombres de elevada moralidad, y el mismo amor a la virtud y repugnancia al vicio que en Gautama y Jesús advertimos en Sakya, Pitágoras, Platón, Pablo y Amonio, así como en los más conspicuos instructores gnósticos, no tan afortunados, pero igualmente virtuosos, entre los cuales tenemos a Marción, Basílides (129) y Valentino, cuyas costumbres fueron notoriamente austeras.

Los nicolaítas, una de las muchas ramificaciones que a principios del siglo II se injertaron en el tronco ofita, tuvieron por cabeza a Nicolás de Antioquía, hombre de irreprensible conducta y lleno de espíritu de sabiduría. La afirmación de que estos virtuosos varones practicaran ritos obscenos es, por consiguiente, tan absurda como si acusáramos a Jesús de haber instituido los que de igual índole predominaban en los monasterios de la Edad Media.

Para creer en lo que se les imputó primero a los gnósticos y más tarde con decuplicada acrimonía a los templarios, hemos de creer también en la obscenidad de los cristianos ortodoxos; pues, según afirma Minucio Félix, la opinión pública acusaba a los cristianos de sacrificar niños de corta edad en la ceremonia de admisión de los neófitos y servir su carne como manjar en los ágapes de la congregación (130). Después de su triunfo revirtieron los cristianos esta acusación contra los herejes (131).

Download Newt

Take Isis Sin Velo - [Tomo III] with you