Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 74

FRASES PITAGÓRICAS

Además, en algunas ocasiones se valió de frases evidentemente pitagóricas, como cuando aconseja:

No déis lo santo a los perros ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las huellen con sus pies y revolviéndose contra vosotros os despedacen (89).

Wilder dice a este propósito:

Se advierte en Jesús y en Pablo la misma propensión a clasificar sus doctrinas en esotéricas y exotéricas. Jesús comunicaba los Misterios del reino de los cielos a los apóstoles, y hablaba en parábolas a la multitud. Pablo dice por su parte: “Nosotros hablamos sabiduría entre los perfectos o iniciados (90)”.

Los asistentes a los Misterios se clasificaban en neófitos y perfectos. Los primeros eran admitidos algunas veces a las dramáticas representaciones de Ceres, o sea el alma que desciende al hades (91); pero únicamente los perfectos podían conocer los misterios del elysium o morada de los bienaventurados, evidentemente idéntica al “reino de los cielos” (92).

Dice el apóstol Pablo:

Y conozco a este tal hombre; si fue en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe. Que fue arrebatado al paraíso y oyó palabras secretas (...) que al hombre no le es lícito repetir (93).

Este pasaje ha sorprendido a varios comentadores versados en los ritos de la iniciación, porque alude claramente a la epopteia o revelación final; y aunque pocos de ellos lo han relacionado con las beatíficas visiones de los iniciados, la terminología empleada desvanece toda duda, pues las cosas que no es lícito repetir se encubren en la misma frase, y la razón del secreto es la misma que vemos expuesta en Platón, Proclo, Jámblico, Herodoto y otros autores.

El pasaje de San Pablo, que dice:

Hablamos sabiduría entre los perfectos,

debe explicarse diciendo:

Hablamos de las más profundas doctrinas de los Misterios únicamente entre los iniciados en ellas (94).

Resulta, por lo tanto, que en la frase: “el hombre arrebatado al paraíso”, y que sin duda fue el mismo Pablo (95), está substituida la palabra pagana elysium por la cristiana paraíso. De que este pasaje alude a las visiones de los iniciados, tenemos prueba en que, según ya dijimos en otro lugar de esta obra, asegura Platón que antes de que un iniciado pueda ver a los dioses ha de libertarse del cuerpo astral (96). Análogamente describe Apuleyo su iniciación en los Misterios, diciendo:

Me aproximé a los confines de la muerte, y después de pisar los umbrales de Proserpina volví transportado a través de los elementos. En medio de la noche brillaba el sol con luz esplendorosa, y vi los dioses infernales y celestes (97) a quienes pagué tributo de adoración (98).

Así, pues, como Pitágoras y otros hierofantes reformadores, Jesús dividió sus enseñanzas en esotéricas y exotéricas, y según costumbre de los esenios, jamás se sentó a la mesa sin que precediera la acción de gracias (99). También clasificó a sus discípulos en neófitos, hermanos y perfectos, aunque su magisterio público no duró lo bastante para formar escuela; y no parece que iniciara a ningún apóstol excepto Juan, pues el autor del Apocalipsis fue cabalista iniciado, según se infiere evidentemente de que intercaló en su obra pasajes enteros del Libro de Enoch y de su compendiado remedo la Profecía de Daniel. Además, los ofitas gnósticos repudiaban el Antiguo Testamento por “emanar de un ser inferior” (Jehovah), y en cambio admitían el Libro de Enoch, en cuyo texto apoyaban sus dogmas religiosos (100). Otra prueba de que Juan era cabalista, la tenemos en que fue desterrado a la isla de Patmos cuando la persecución emprendida por el emperador Domiciano contra los astrólogos y cabalistas (101).

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