Capítulo 102
PRINCIPADOS Y POTESTADES
La Dominación es, según la Kábala, el Empíreo o décmo Sephirote (161). Las Potestades y Dignidades son los Arcángeles y Ángeles del Zohar (162). Estas emanaciones son el dogma capital de la religión mazdeísta, de cuyo Zendavesta tomó el Talmud prestada la doctrina; y así resulta que por haber prevalecido entre los cristianos las opiniones del elemento judaico acaudillado por Pedro, viene a ser el cristianismo como una secta disidente del mazdeísmo, pues se apartan del verdadero concepto cabalístico de las Potestades. La enseñanza de Pablo, contraria a la adoración de los ángeles, demuestra que este apóstol advertía ya el peligro de divulgar entre su grey una filosofía que sólo eran capaces de comprender debidamente los magos y tanaímes. Dice Pablo a este propósito, contra la opinión de Pedro y sus secuaces:
Nadie os extravíe afectando en humildad dar culto a los ángeles que nunca vio, andando hinchado vanamente en el sentido de su carne (163).
En el Talmud es Miguel el príncipe de las Aguas, a cuyas órdenes militan siete espíritus subalternos. Los judíos consideraban a Miguel como su patrono y ángel tutelar (164), y así tenían por herejes y blasfemos a los ofitas que identificaban a Miguel con su Ofiomorfos o Demiurgos, el creador del mundo material y personificación de la envidia y la malicia, príncipe de los malignos espíritus, equivalentes a los devas zoroastrianos. Sin embargo, Jesús no aludió jamás a los ángeles sino en el sentido de mensajeros y enviados de Dios; por lo que puede afirmarse que los adoradores de los ángeles fueron los primeros herejes del cristianismo y los causantes de las posteriores herejías.
Dice Pablo sobre las potestades del mundo invisible, pero siempre presente:
Porque nosotros no tenemos que luchar contra la carne y la sangre sino contra los principados y potestades, contra los gobernadores de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus de maldad en los aires (165).
Esto nos da a entender inequívocamente que, no obstante las discrepancias de Pablo en algunos puntos de la doctrina gnóstica, estaba de acuerdo con la de las emanaciones; y por otra parte, que sabía distinguir entre el Jehovah de los judíos o Demiurgo, y el Dios predicado por Juan. En cambio, Pedro, Judas y los partidarios del culto de los ángeles, no sólo adoraban a Miguel sino también a Satán, que fue ángel antes de su caída, pues denostan a los gnósticos (166) por hablar mal de Satán, según se colige de los siguientes pasajes:
Como quiera que los ángeles que son mayores en fortaleza y virtud no pronuncian contra sí juicio delante del Señor (167).
Cuando el arcángel Miguel, disputando con el diablo, altercaba sobre el cuerpo de Moisés, no se atrevió a fulminarle sentencia de blasfemo, mas dijo: Rechácete el señor (168).
Si esto no resultara suficientemente claro, podríamos recurrir a la Kábala para determinar el verdadero concepto de las dignidades.
Dice el Deuteronomio:
Y murió allí Moisés en tierra de Moab mandándolo el Señor y enterróle enfrente de Phogor y no supo hombre alguno su sepulcro hasta el día de hoy (169).
Resulta evidente, por lo tanto, la contradicción de este pasaje con el de Judas, que viene a corroborar las aserciones de los gnósticos respecto a que el supremo Dios era incognoscible (170); que Ilda-Baoth era el Demiurgo; y que Iao, Adonai, Sabaoth y Elohi eran la cuaternaria emanación que unitariamente constituía a Jehovah, llamado también por los gnósticos Miguel o Samael, o sea un ángel muy distante de la Divinidad. En esto coincidían los gnósticos con el eminente doctor judío Hillel y varios teólogos de Babilonia; pues, según nos dice Josefo, las sinagogas judías estaban muy deferentes con las escuelas del asia central cuyas doctrinas seguían, hasta el punto de considerar como metrópolis de sus enseñanzas los colegios de Sora, Pumbiditha y Nahaidea. La versión caldea del Pentateuco, debida al famoso teólogo babilónico Onkelos, aventajaba en autoridad a toda otra, y de acuerdo con este erudito rabino sostuvieron después Hillel y otros tanaímes que la entidad de la zarza ardiente, del monte Sinaí y del monte Nebo no fue el mismo Dios, sino Memro, el ángel del Señor; así como la entidad que el Nuevo Testamento confunde con Iahoh era una de sus emanaciones, hijos o mensajeros.