Capítulo 81
EL NOBLE HERESIARCA MARCIÓN
Así opinaba también Marción, “el gran heresiarca del siglo II”, como le llamaron los titulados ortodoxos. Floreció Marción en Roma por los años de 139 a 142 (146). Muy poderosa debió de ser su influencia, porque dos siglos después todavía se queja Epifanio de la multitud de discípulos de Marción repartidos por todo el mundo (147). Por otra parte, delatan la magnitud del peligro los dicterios e infamantes epítetos derramados sobre Marción por el “gran africano”, aquel cancerbero de los doctores de la Iglesia, que siempre estaba vociferando en guarda de los dogmas de Ireneo (148). No hay más que leer su célebre refutación de las Antítesis de Marción para advertir las sutilezas del odio monástico de la escuela cristiana, que a través de los tiempos medioevales ha renovado en los nuestros el Vaticano.
Para muestra, basta el pasaje que dice:
Seguid, sabuesos, ladrando al Dios de la verdad y disputaos por roer los huesos que os arrojan los apóstoles (149).
El autor de la Religión sobrenatural dice sobre este punto:
La pobreza de los argumentos que emplea el “gran africano” guarda proporción directa con la acritud de sus dicterios. Las controversias religiosas de los Padres de la Iglesia están erizadas de supercherías y henchidas de piadosos insultos. Tertuliano era maestro en este linaje de dialéctica, y los acerbos vituperios que lanza contra Marción, a quien llama impío y sacrílego, no tienen absolutamente nada de imparcial y sincera crítica... Tertuliano y Epifanio motejaban de “bestia” a Marción, y le imputaban haber eliminado del Evagelio según San Lucas pasajes que jamás estuvieron en él... Prueba de la obcecación y parcialidad de Tertuliano tenemos en que, no sólo imputa falsamente a Marción (Contra Marción, IV, 9, 36) el haber mutilado el texto, sino que explica los motivos que tuvo para mutilarlo. También le acusan Tertuliano y Epifanio de haber suprimido el pasaje en que Cristo dice que no vino a abrogar la ley sino a cumplirla, siendo así que esta frase aparece en el texto de Mateo (cap. V, vers. 7) sin que jamás haya estado en el de Lucas (150).
Vemos, por lo tanto, cuán poca confianza merecen las obras de los Padres de la Iglesia, quienes, como aseguran la mayoría de exégetas, no expusieron la verdad, sino deleznables y personalísimas opiniones sin fundamento lógico (151).
El autor de la Religión sobrenatural dice al hablar de Marción:
Mucha desgracia fue para Marción vivir en época en que el cristianismo, perdida ya la pura moral de su infancia, estaba conturbado por espinosas cuestiones dogmáticas. La sencilla fe y el pío entusiasmo que cimentaron la confraternidad cristiana iban degenerando rápidamente en las teológicas controversias que acabaron en cismas, persecuciones y enconadas luchas. Siglos más tarde hubiera sido honrado Marción como reformador; en su tiempo no podía por menos de ser condenado por hereje, aunque no dejara de influir intensamente entre sus coetáneos con su irreprensible conducta. Aspiraba Marción a una pureza angelical en el hombre, y mantenía opiniones austerísimas respecto del matrimonio y de la subyugación de la carne; pero aunque sus adversarios se burlaran de esta manera de pensar, no cabe duda de que estaba de acuerdo con la estricta práctica de la virtud y que los mismo sostuvieron después los más eminentes santos de la Iglesia (152).
Veamos ahora si las opiniones de Marción merecían que Tertuliano le combatiera como el más peligroso hereje de su tiempo. Para ello recurriremos al autor de Religión sobrenatural, quien, a su vez, corrobora sus propias investigaciones en la autoridad de críticos eminentes. Dice a este propósito