Capítulo 160
CONFRATERNIDAD MISTERIOSA
Pero de este misterio no debe inferirse que la aludida confraternidad sea ficción nominalistra con nombre propio, pues no importa que sus adeptos lo lleven indistintamente egipcio, indo o persa. Algunos investigadores fidedignos, aparte de quien escribe estas líneas, tuvieron trato con individuos de la citada confraternidad, y pueden publicar sobre ella determinados informes por licencia especial del que tiene derecho de concederla.
Sobre este punto dice Mackenzie:
Desde tiempos muy remotos subsiste una oculta confraternidad con su jerarquía de dignatarios y signos secretos, que por peculiares procedimientos didácticos enseñan ciencias, religión y filosofía... Si hemos de creer a los que hoy día dicen pertenecer a ella, entre sus secretos conocimientos se cuentan la piedra filosofa, el elixir de larga vida, el arte de hacerse invisibles y la facultad de comunicarse directamente con el mundo ultraterrestre (71).
En cuanto a nosotros, hemos conversado con tres personas que aseguran pertenecer a la confraternidad subsistente hoy día.
No había motivo alguno para recelar de aquellos tres individuos, que dan pruebas de conocerse entre sí y que en la austeridad de su vida, sobrios gustos y ascéticas costumbres tenían la más valiosa prueba de veracidad. Representaban de cuarenta y cuarenta y cinco años, y desde luego se colegía su vasta erudición y el conocimiento que de varios idiomas demostraban. No permanecían mucho tiempo en una misma población, sino que se marchaban de improviso, sin que nadie lo advirtiese (72).
Otra confraternidad subalterna es la llamada de los Pitris en la India, que no obstante haber divulgado Jacolliot su nombre, es todavía más secreta que la llamada Hermanos herméticos por Mackenzie. Si Jacolliot supo algo de esta hermandad de Pitris lo debió a los manuscritos que los brahmanes le permitieron consultar, por razones de ellos conocidas. El Agruchada Parikshai dice algo sobre esta hermandad secreta, tal como era en antiguos tiempos; pero nada en concreto resulta de las explicaciones que da de los ritos místicos y los conjuros mágicos, de suerte que las místicas palabras: L’om L’Rhum, Sh’hrum y Sho-rim Ramaya-Namaha, quedan tan enigmáticas como antes. Sin embargo, preciso es justificar a Jacolliot, porque acepta los hechos plenamente sin entrar en estériles especulaciones.
Quien quiera convencerse de que hoy mismo existe una religión que durante siglos ha burlado las osadas pesquisas de los misioneros y las cachazadas investigaciones de los arqueólogos, procure sorprender en su retiro a los drusos de Siria, que en número de unos ochenta mil se extienden desde la llanura oriental de Damasco hasta la costa occidental. No apetecen prosélitos, eluden toda notoriedad y mantienen amistoso trato con cristianos y musulmanes cuando las circunstancias lo exigen, pues respetan las religiones extrañas, aunque sin revelar jamás los secretos de la suya. En vano los misioneros intentan intimidarlos con amenazas, excitarlos con los dicterios de infieles, idólatras, bandidos y ladrones, o atraerlos con halagos y dádivas, pues nada puede persuadir a un druso a convertirse al cristianismo (73). Respecto a los profanos, no se les deja ver siquiera los libros sagrados ni tienen el más remoto indicio del lugar donde se custodian; y aunque algunos misioneros se alaban de poseer ejemplares de estos libros, como los que Nasr-Allah regaló al rey de Francia y tradujo Petis de la Croix en 1701, no son ma´s que una exposición de doctrinas más o menos divulgadas sin secreto alguno entre los montañeses del Líbano, compiladas por un derviche apóstata que fue expulsado de la comunidad hanafita por malversar dinero de los huérfanos y de las viudas. Tampoco tiene ningún valor esotérico la obra de Silvestre de Sacy titulada: La religión de los drusos, que se reduce a un enjambre de hipótesis. El año 1870 un viajero inglés encontró un ejemplar de esta obra en el alféizar de la ventana de una de las capillas de los unitarios, y al preguntarle al okal (74) sobre la utilidad de aquel libro, respondió irónicamente después de hojearlo: “Leed esta instructiva y verídica obra, porque no podría yo explicaros mejor ni más acabadamente los misterios de Dios y de nuestro bienaventurado Hamsa”. El viajero comprendió la ironía de esta respuesta (75).