Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 6

CAPÍTULO I

Y aun llegará tiempo en que cualquiera que os matare crea

servir a Dios.- SAN JUAN, XVI, 2.

Anatema sea quien diga que las verdades científicas han de

admitirse con entero espíritu de libertad, aunque se opongan a la verdad revelada.- Concilio Ecuménico del Vaticano.

¡ La Iglesia! ¿En dónde está?

GLOUC: Rey Enrique VI, acto I, escena I.

En los Estados Unidos de América hay sesenta mil clérigos que reciben estipendio por enseñar la ciencia de Dios y sus relaciones con la criatura. A estos hombres está encomendada la tarea de definir la existencia, carácter y atributos del Creador, las leyes y gobierno del mundo, las doctrinas en que hemos de creer y los deberes que hemos de cumplir. Hay cinco mil profesores de teología que con mil doscientos setenta y tres auxiliares (1) enseñan esta ciencia a cinco millones de personas, según la fórmula prescrita por el obispo de Roma. cincuenta y cinco mil pastores y misioneros de quince sectas distintas (2), en contradicción unas con otras respecto a puntos teológicos de mayor o menor importancia, instruyen en sus respectivas doctrinas a treinta y tres millones de fieles.

Aparte de estas sectas, se cuentan centenares de miles de judíos, algunos millares de fieles de diversas religiones orientales y escaso número de cismáticos griegos. Los mormones, noventa mil, tan politeístas como polígamos, creen que el jefe supremo de todos los dioses reside en un planeta llamado Colob, y reconocen por legislador espiritual a una especie de pontífice asentado en la ciudad del Lago Salado, a quien suponen en frecuente comunicación con los dioses, no obstante sus diecinueve mujeres y más de cien hijos y nietos.

El Dios de los hermanos unitarios es célibe; el de los presbiterianos, metodistas, congregacionistas y otras sectas cristianas es un Padre sin esposa y con un Hijo idéntico a Él. Todo esto sin contar la infinidad de sectas menores y comunidades extravagantemente heréticas que brotan como hongos y mueren apenas nacidas. Tampoco nos detendremos a considerar los millones de espiritistas que hay, según se dice, porque la mayoría no tienen valor para romper con su secta religiosa. Estos son los Nicodemus de puerta trasera.

Y ahora, preguntemos con Pilatos: ¿Qué es la verdad? ¿Dónde hallarla entre tan diversas y opuestas sectas? Todas pretenden fundarse en la revelación divina y poseer las llaves del cielo. ¿Cuál de ellas asume la verdad? ¿O acaso habremos de confesar con el filósofo budista, que la única e inmutable verdad en la tierra es que la verdad no está en la tierra?

Aunque no intentamos merodear en el campo ya escrupulosamente espigado por los eruditos que demostraron la filiación pagana de los dogmas cristianos, bueno será exponer nuevamente los hechos investigados desde la emancipación de la ciencia, con objeto de analizarlos desde el distinto o más bien nuevo punto de vista de las antiguas filosofías esotéricas, que hasta ahora tan sólo hemos ojeado rápidamente, y de ellas nos serviremos de tipo para comparar los dogmas y milagros del cristianismo con las doctrinas y fenómenos de la magia antigua y del espiritismo moderno. Por lo tanto, el estudio de los antiguos teurgos nos ayudará a esclarecer tan obscuro asunto desde el momento en que los materialistas niegan de plano los fenómenos sin tomarse la molestia de investigarlos, y que los teólogos, si bien los admiten, contraen su explicación a la desmedrada y absurda alternativa del milagro o el diablo.

Dice Butlerof a este propósito:

No es de nuestra incumbencia que los fenómenos espiritistas sean o no verdaderos ni de índole idéntica a los que en otro tiempo se atribuyeron a los sacerdotes egipcios y a los augures romanos, y que hoy operan los hechiceros samanos de Siberia. Lo cierto es que todo fenómeno natural cae bajo el dominio de la ciencia, que con su examen se enriquece en vez de empobrecerse. Si la humanidad aceptó en algún tiempo una verdad para después negarla obcecadamente, no es retroceso sino progreso el volver a reconocerla y aceptarla (3).

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