Capítulo 64
ADULTERACIÓN DE LOS EVANGELIOS
El anónimo autor de la Religión Sobrenatural (9) prueba concluyentemente la adulteración de los cuatro Evangelios por mano de Ireneo y sus secuaces, quienes tergiversaron maliciosamente el cuarto, aparte de las falsificaciones llevadas a cabo por los doctores de la Iglesia, de suerte que resultan de muy dudosa autenticidad.
Con insuperable lógica y profundo convencimiento trata el autor de este punto en su obra, según puede colegirse del siguiente pasaje:
Ganamos muchísimo más que perdemos al no creer en la revelación divina, pues al paso que conservamos íntegro el tesoro de la moral cristiana, prescindimos de toda superstición de adulterados elementos. No estamos ya sujetos a una teología contraria a la razón y al sentido moral, ni tenemos de Dios y de su gobierno del universo absurdos remedos antropológicos, pues de la mitología hebrea nos remontamos al elevadísimo concepto del Ser de bondad y sabiduría infinitas, cuya impenetrable gloria le encubre a la percepción de la mente humana; pero, no obstante, le conocemos por la perfecta y maravillosa operación de sus leyes... Ningún valor tiene el argumento tantas veces aducido por los teólogos de que la revelación le es necesaria al hombre para robustecer su conciencia moral. Lo único necesario para el hombre es la VERDAD, y sólo con ella debe conformarse nuestra conciencia moral (10).
Muy elocuente es el hecho de que el apóstol Pedro defendiera durante toda su vida el rito de la circuncisión; y por lo tanto, cabe inferir que a quienquiera, menos a Pedro, se le puede considerar como fundador de la Iglesia romana, pues si lo hubiera sido, de seguro que sus sucesores se sometieran a esta operación, siquiera por respeto al fundador (11).
El manuscrito hebreo: Sepher Toldoth Jeschu (12) da muy distinta versión referente a Pedro, de quien dice que, en efecto, era discípulo de Cristo, aunque algo disidente, pero sin que los judíos le persiguiesen, como han supuesto los historiadores eclesiásticos. El manuscrito habla con mucho respeto de Pedro, y le llama “siervo fiel del Dios vivo”, añadiendo que pasó austeramente el resto de sus días en lo alto de una torre de Babilonia entregado a la meditación, predicando la caridad y componiendo himnos religiosos. Dice también dicho tratado que Pedro recomendaba constantemente a los cristianos la paz y concordia con los judíos; pero luego de su muerte apareció en Roma otro apóstol diciendo que Pedro había adulterado las enseñanzas del Maestro y amenazó con los tormentos eternos de un infierno inventado por él a cuantos no creyeran en sus predicaciones, sin operar en apoyo de ellas milagro alguno de los prometidos (13) Las relaciones entre el apóstol Pedro y sus ex correligionarios judíos están apoyadas en el siguiente pasaje de Teodoreto:
Los nazarenos son judíos que veneran al ungido (Jesús) como a un justo y siguen el Evangelio según Pedro (14).
Según se infiere de los documentos históricos, las primeras sectas cristianas (15), fueron: nazarenos (16), ebionitas (17) y esenios o terpeutas, de los que eran una rama los nazarios. Todas estas sectas profesaban más o menos abiertamente la cábala, creían en la expulsión de los demonios por medio de conjuros mágicos, y hasta la época de Ireneo nadie las tuvo por heréticas (18).
Todas las sectas gnósticas creían igualmente en la magia, como comprueba el mismo Ireneo al hablar de los discípulos de Basílides diciendo:
Emplean imágenes, evocaciones, conjuros y todo lo referente a la magia.