Capítulo 48
EL SECRETO DE LA INICIACIÓN
Fue preciso que multitud de preclaros entendimientos observaran fenómeno tras fenómeno en sucesivas inducciones para eslabonar las verdades conocidas y sistematizar esta antigua doctrina, cuya identidad en todas las religiones del pasado demuestra el común ritual de iniciación, las castas sacerdotales bajo cuya custodia estuvieron las místicas palabras de poder y las manifestaciones fenoménicas que, por su dominio sobre las fuerzas naturales, denotaban la intervención de seres superiores al hombre. Todo lo referente a los Misterios se celaba con riguroso sigilo en todas las naciones, y todas castigaban con pena de muerte al iniciado de cualquier categoría que divulgase los secretos recibidos. Así ocurría en los Misterios báquicos, eleusinos, caldeos, egipcios y aun en los indos, de donde derivaron los demás (121). También regía la misma pena en la diversidad de comunidades desgajadas del común tronco en diferentes épocas. La vemos prescrita entre los esenios, gnósticos, neoplatónicos y rosacruces (122).
Más adelante aduciremos otras pruebas de esta identidad de votos, fórmulas, ritos y doctrinas de las antiguas religiones, y echaremos de ver que perdura hoy tan floreciente y activa como en todo tiempo la secreta Fraternidad, cuyo sumo pontífice y hierofante (brahmâtma) está todavía visible para quienes saben, aunque se le dé otro nombre, y que su influencia se ramifica por el mundo entero.
Pero entretanto, volvamos a tratar del primitivo período del cristianismo.
Clemente de Alejandría, con el rencoroso fanatismo peculiar a los neoplatónicos renegados, pero muy extraño en tan culto y sincero Padre de la Iglesia, tilda los Misterios de obscenos y diabólicos, como si no supiera que todos los ritos y ceremonias externas tenían significado esotérico (123).
Fuera absurdo juzgar a los antiguos desde el punto de vista de la civilización contemporánea, y no es precisamente la Iglesia la más indicada para arrojar contra ellos la primera piedra, pues según afirman los simbologistas, sin que nadie pueda refutarlos, se apropió los emblemas religiosos de la antigüedad en su aspecto más grosero. Si hombres tan austeros como Pitágoras, Platón y Jámblico tomaban parte en los Misterios de que con tanta veneración hablaron, cuadra muy mal que los críticos modernos los juzguen a la ligera por sus manifestaciones exotéricas. Jámblico dice a este propósito:
Las representaciones de los Misterios acompañadas de pavorosa santidad, tenían por objeto deleitar la vista para distraer de la mente todo mal pensamiento y librarnos así de pasiones licenciosas (124).
Esta explicación basta para satisfacer a los entendimientos no esclavos del prejuicio, según lo comprende Warburton al añadir:
Los hombres más sabios y virtuosos del mundo pagano afirman unánimemente que la institución de los Misterios, siempre pura desde un principio, se proponía los más nobles fines por los medios más dignos (125).
Aunque en las manifestaciones públicas de los Misterios tomaban parte personas de toda condición y de ambos sexos, pues era obligatoria la asistencia, muy pocos llegaban a recibir la primera iniciación y menos todavía la final.