Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 60

ÍNDOLE DE LAS VISIONES

La palabra absorción debe tomarse, por lo tanto, en el sentido de unión íntima o identificación y no como aniquilación, puesto que induistas y budistas creen en la inmortalidad del espíritu. Vemos, pues, cuán sin razón les llaman idólatras los cristianos, a pesar de las recientes versiones de los libros sagrados de la India, y la manifiesta injusticia que cometen al tildar de disparatada la filosofía oriental y de orates a sus expositores. Con mayor razón podríamos acusar de nihilistas a los hebreos, pues ni en el Pentateuco ni en profeta alguno hay pasaje ni versículo de cuyo sentido literal se infiera con toda evidencia la inmortalidad del espíritu; y sin embargo, todo fervoroso judío espera reposar después de la muerte en el seno de Abraham.

Se inculpa a los hierofantes de administrar a los candidatos en el acto de la iniciación ciertas pócimas o bebedizos anestésicos, que producen visiones anteriormente referidas. Ciertamente, emplearon y aun emplean bebidas sagradas como el Soma, con eficacia bastante para permitirle al candidato la temporánea actuación en el cuerpo astral; pero en estas visiones no hay ni más ni menos falacia que la que pueda haber en la observación del mundo infinitesimal con auxilio del microscopio. No es posible comunicarse conscientemente ni conversar con un espíritu puro mediante los sentidos físicos, pues sólo de espíritu a espíritu cabe la comunicación espiritual, de modo que se vean y hablen los espíritus; y aun el mismo cuerpo astral es demasiado grosero y tan contaminado está de materia física, que no puede percibir ni vislumbrar al espíritu.

El ejemplo de Sócrates nos representa los peligros de la mediumnidad ineducada. El célebre filósfo era médium de nacimiento y tenía por consejero a un espíritu familiar (daimonia) que al fin causó la muerte de su poseído (170). Es común sentir que Sócrates no solicitó jamás la iniciación en los Misterios pero los Anales sagrados nos dicen que no se le pudo admitir en los ritos por impedírselo su mediumnidad, pues la regla de los Misterios prohibía la admisión de cuantos deliberadamente profesaran la hechicería (171) o tuviesen espíritu familiar. Esta regla era justa y lógica, porque todo médium es más o menos irresponsable (172) y forzosamente pasivo, que se deja gobernar por su guía sin atender a ninguna otra regla ni autoridad. Todo médium cae en trance al antojo de la entidad posesora, y por lo tanto no era posible confiar a un médium los secretos de la epopteia, cuya revelación estaba penada de muerte. El viejo filósofo dejóse arrebatar en un momento de descuido por la inspiración de su familiar, y reveló inaprendidos conceptos que sus compatriotas creyeron ateísticos y, en consecuencia, le condenaron a muerte.

Ante el ejemplo de Sócrates no cabe afirmar con verdad que los videntes y taumaturgos iniciados en los Misterios del recinto interior fuesen médiums por el estilo de los espiritistas. No lo fueron Pitágoras ni Platón ni Jámblico ni Longino ni Proclo ni Apolonio de Tyana, porque, de serlo, no se les hubiera admitido a la iniciación en los Misterios (173). Las facultades espirituales de los iniciados eran propias de su ministerio sacerdotal, y la inquebrantable creencia de toda la antigüedad en estas facultades, muchísimo antes de aparecer la escuela neoplatónica, demuestra que, en contraposición de las mediumnímicas, puede educir el hombre facultades muy superiores con auxilio de una misteriosa ciencia que muchos discuten y pocos conocen.

El uso de estas facultades aviva en el hombre el anhelo de morar en su verdadera patria y de alcanzar la vida futura, con la vehemente aspiración de identificarse con el Yo superior. El abuso de las mismas facultades extravía al hombre por los yermos de la hechicería, brujería o magia negra.

Equidistante del adepto y el hechicero está el médium, cuyos inconsistentes vehículos dan materia a propósito para que de ellos se valgan como de instrumentos fenoménicos, ya los adeptos, ya los hechiceros, según el ambiente de atracción que hay formado por las circunstancias de su vida o por las condiciones de su herencia física y mental. En el primer caso será su destino una bendición, pero en el segundo será un precito hasta que se purifique de la terrena escoria.

El sigilo en que siempre se mantuvieron los Misterios (174) obedecía a dos razones principales: la pena de muerte infligida a quien los quebrantara y las dificilísimas pruebas que tenía que sufrir el candidato antes de la iniciación final, con riesgo de perder el juicio. Pero a ninguno se exponía, quien, por haber espiritualizado su mente, estaba prevenido contra todo linaje de visiones terroríficas. Nada ha de temer quien esté plenamente convencido del poder de su inmortal espíritu y ni por un momento dude de su omnímoda protección; pero ¡ay del candidato que por el más leve temor, hijo enfermizo de la materia, pierda la fe en la invulnerabilidad de su espíritu! Sentenciado está quien carezca de la suficiente preparación moral para recibir la carga de tan terribles secretos.

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