Capítulo 138
RELIGIÓN Y CIENCIA
Según ya dijimos, el ciclo máximo abarca la evolución de la humanidad desde sus orígenes en el hombre arquetípico de naturaleza espiritual, hasta el último grado de abyección a que descendió en la época del diluvio. A cada etapa descendente corresponde una forma física más grosera, cuyo grado máximo de densidad coincide con el cataclismo diluvial. Pero el círculo máximo comprende siete ciclos menores correspondientes a la evolución de otras tantas razas, cada una de la cual deriva de la precedente y tiene por morada una nueva configuración terrestre. Las razas raíces o típicas de la humanidad se subdividen en subrazas y éstas en pueblos (43), tribus y familias.
Antes de exponer en diagramas la íntima analogía entre las doctrinas esotéricas de los pueblos antiguos, aun de los más distantes por separación geográfica, conviene explicar sumariamente el significado de los símbolos y alegorías religiosas que tan en confusión han puesto a los comentadores no iniciados. Veremos con ello que en la antigüedad la religión y la ciencia estaban tan estrechamente unidas como hermanas gemelas, y fueron las dos una y cada una ambas desde el primer instante de su aparición. Por sus reversibles atributos, la ciencia era espiritual y la religión científica (44). De la omnisciencia derivaba indeclinablemente la omnipotencia, y por lo tanto, era el hombre divino un coloso bajo cuyo dominio había puesto el Creador los reinos de la Naturaleza. Pero el Adán andrógino estaba sentenciado a caer por desdoble de sus elementos en el segundo Adán, con pérdida de su poder, porque el fruto del árbol de la Ciencia produce la muerte si no le acompaña el fruto del árbol de la Vida. Esto significa que el hombre se ha de conocer a sí mismo antes de conocer el origen de los seres y de las cosas inferiores a él por la condición de su naturaleza interna. De la propia suerte, mientras la religión y la ciencia constituyeron una dualidad unitaria, acertaron infaliblemente, porque la intuición espiritual suplía la limitación de los sentidos corporales; pero en cuanto se separaron por desdoblamiento, la ciencia desoyó la voz de la intuición, al paso que la religión degeneró en teología dogmática. Una y otra fueron desde entonces dos cuerpos sin alma.
La doctrina esotérica, como el induísmo, el budismo y también la perseguida Kábala, enseñana que la infinita, desconocida y eterna Esencia se manifiesta activamente en determinado período de tiempo para restituirse después a su pasiva inmanifestación. La poética terminología de Manú llama día de Brahma al período de manifestación activa, y noche de Brahma al de inmanifestación pasiva. Durante el primero está Brahma despierto, y durante el segundo está dormido.
Los svabhâvikas o filósofos clásicos del budismo cuya escuela subsiste en el Nepal, consideran tan sólo la manifestación activa (Svabhâvât) de la eterna Esencia, pues dicen que es locura filosofar sobre su incongnoscible y abstracto estado de inmanifestación pasiva. Por esto, los teólogos cristianos y los científicos modernos les llaman ateos sin comprender la profundísima lógica de su filosofía. Los teólogos cristianos no conciben otro Dios que las potestades subalternas constructoras del universo visible, entre ellas el tonante y flamígero Jehovah mosaico, convertido por los cristianos en la suprema Divinidad antropomórfica. Por otra parte, la ciencia experimental considera a los budistas svabhâvikas como si fuesen los positivistas de los tiempos arcaicos.
Esta imputación de ateísmo proviene de considerar bajo un solo aspecto la filosofía esvabávica, pues los budistas no admiten un Creador personal sino una multitud de Potestades creadoras sintetizadas colectivamente en la eterna Substancia de inescrutable naturaleza, y por lo tanto, inaccesible a las especulaciones filosóficas (45).
Según la Doctrina secreta, al comienzo de un período de actividad la divina Esencia se explaya de dentro afuera por virtud de la inmutable ley que actualiza las energías cósmicas, cuya progresiva operación da por resultado final el universo fenoménico, visiblemente manifestado.