Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 38

RELIQUIAS APÓCRIFAS

Y si por acaso alguien supusiera esto invenciones de protestantes, la historia de Inglaterra nos demostrará documentalmente la existencia de reliquias no menos apócrifas. El gran maestre de los templarios dio a Enrique III una redoma con sangre de Cristo, cuya autenticidad declaraban los sellos del patriarca de Jerusalén, que fue trasladada procesionalmente desde la catedral de San Pablo a la abadía de Westminster, donde, según refiere el historiador, “la recibieron dos monjes y desde entonces resplandeció de gloria la nación inglesa, dedicada a Dios y a San Eduardo”.

Conocida es la historia del príncipe Radzivil, el noble polaco que, al verse engañado por los frailes y monjas que le rodeaban, así como por su propio confesor, se convirtió a la fe luterana, no obstante haber sido uno de los personajes que más se indignaron contra la difusión de la Reforma por la Lituania, hasta el punto de trasladarse a Roma con objeto de rendir homenaje de simpatía y veneración al papa, quien le regaló una preciosa caja de reliquias. De vuelta en Polonia, su confesor le dijo que en sueños había visto cómo la Virgen bajaba del cielo para bendecir aquellas reliquias, en prueba de que eran auténticas. El prior de un monasterio vecino y la abadesa de otro tuvieron la misma visión, con añadidura de varios santos que, llenos del “Espíritu Santo”, surgían de la caja de reliquias para proteger al príncipe. Con propósito de evidenciar la virtud de las reliquias, el clero exorcizó a un endemoniado, que apenas hubo tocado la caja quedó libre de la posesión y dio por ello gracias al Espíritu Santo y al papa. Pero al terminar la ceremonia, el tesorero del príncipe le confesó que al volver de Roma había perdido la caja de reliquias regalada por el papa, substituyéndola por otra semejante en que puso unos cuantos huesos de perro y gato, sin atreverse a decir nada, hasta entonces que prefería confesar su descuido antes de consentir que siguiesen engañando a su amo de tan burda manera. Por de pronto disimuló el príncipe, pues quiso ver en qué paraba aquella farsa, y convencido al fin de las groseras imposturas de los frailes y las monjas, se convirtió a la Iglesia reformada. Así lo relata la historia.

Dice Bayle que para cohonestar la Iglesia romana la existencia de reliquias apócrifas, recurre al sofisma, diciendo que estas reliquias pueden haber obrado milagros por virtud de la buena intención de los fieles, cuya fe premiaba Dios de esta suerte. El mismo Bayle demuestra con numerosos ejemplos que la Iglesia tiene por legítimos los múltiples brazos, piernas y cabezas que de un mismo santo se veneran en distintos puntos, pues asegura que Dios los multiplicaba milagrosamente para gloria de su santa Iglesia. Esto equivale a creer que el cuerpo de un santo adquiere después de la muerte las características fisiológicas del cangrejo.

Difícil fuera probar que las visiones y profecías de los santos han sido alguna vez más dignas de crédito que las de los modernos médiums. Las visiones de Andrés Jackson Davis, aunque los críticos escépticos se rían de ellas, son incomparablemente más lógicas y verosímiles que las especulaciones de San Agustín; y por otra parte, las visiones de Swedenborg, el más lúcido de los iluminados modernos, tienen mayor parentesco con la teología en los puntos en que más se apartan de la verdad científica. En modo alguno son las visiones de los seglares más inútiles a la ciencia y a la humanidad que las de los santos del catolicismo (35), por lo que debemos inferir que la mayor parte de las visiones referidas por los hagiógrafos, y los mismo puede afirmarse de las de los perseguidos videntes, son obra de ignorantes y poco evolucionados espíritus, pero con desmedida afición a simular personajes históricos. Estamos de acuerdo con Des Mousseaux y demás adversarios de la magia y el espiritsmo, en que las entidades comunicantes son con frecuencia espíritus mendaces, siempre dispuestos a lisonjear falazmente los gustos e ideas de los concurrentes a las sesiones; pero ¿cabe creer que Dios haya concedido al sacerdote los exorcizantes poderes divinos de que alardea? ¿Cómo admitir por cierto que al conjuro del exorcista se rinda el diablo, no para declarar la verdad, sino únicamente lo que convenga a la comunión religiosa del exorcista? Y esto es lo que sucede siempre.

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