Capítulo 135
HIPATIA Y CIRILO
De acuerdo también con la necesidad combatió tan ásperamente la plebe cristiana a los neoplatónicos en aquellos días en que tan sólo unos cuantos filósofos conocían las olvidadas doctrinas de los naturalistas indos y de los antediluvianos pirroneos, con la particularidad de que las antiguas profecías para nada mencionaron a Darwin y sus descubrimientos, pues en este caso falló la ley de la supervivencia del más apto, por cuanto los neoplatónicos quedaron condenados a muerte desde el día en que se pusieron al lado de Aristóteles.
A principios del siglo IV estaba muy frecuentada por el pueblo la academia donde la sabia e infortunada Hipatia enseñaba las doctrinas del divino Platón y de Plotino, dificultando con ello el proselitismo cristiano, pues descubría el fundamento de los misterios religiosos pergeñados por los Padres de la Iglesia y declaraba el origen platónico del idealismo que la nueva religión se había apropiado para seducir a gran número de gentiles. Además, Hipatia era discípula de Plutarco, jefe de la escuela ateniense, y conocía los secretos de la teurgia, por lo que sus enseñanzas eran un gravísimo obstáculo para la creencia popular en los milagros, cuya causa podía explicar satisfactoriamente la insigne maestra. No es, pues, extraño que su sabiduría y su elocuencia concitasen contra ella la animadversión de Cirilo, obispo de Alejandría, cuya autoridad se apoyaba en degradantes supersticiones, al paso que la de Hipatia tenía por fundamento la inconmovible roca de las leyes naturales (6).
Por otra parte, en aquella ocasión la Iglesia había de defender, no ya su futura supremacía, sino su propia existencia, porque los filósofos paganos y los eruditos gnósticos conocían el mecanismo de todo aquel retablo teológico, y una vez descorrida la cortina quedaría al descubierto la trabazón entre las creencias paganas y las de la nueva religión, desvaneciéndose el temor que infundía el misterio cuyo escrutinio era sacrilegio.
La sorprendente coincidencia de las alegorías astronómicas de los ritos paganos con las fechas en que el cristianismo conmemora la natividad, muerte y resurrección de Jesús, aparte de la identidad de ritos y ceremonias, hubieran atajado los pasos de la nueva religión si sus doctores, so pretexto de servir a Cristo, no se desembarazaran violentamente de los demasiado bien informados filósofos paganos. De haber fracasado en su día aquel verdadero golpe de mano, seguramente fuera muy otra la religión hoy dominante en occidente, y no hubiese sobrevenido la tenebrosa noche medioeval que degradó a los europeos hasta ponerlos casi al mismo nivel de los papúes.
Fundado era, por lo tanto, el temor de los cristianos de Alejandría, y desde un principio creyeron recompensado su piadoso celo, pues cuando el populacho derribó el Serapión y fue preciso que el gobierno imperial apaciguara la contienda suscitada entre paganos y cristianos, se descubrió en las losas de granito del recinto interior del destruido templo una cruz de innegable configuración cristiana, que los monjes cuidaron de atribuir, para cohonestar su procedencia antecristiana, a espíritu de previsión y profecía, como con aire triunfal lo declara así Sozomeno (7), pero la arqueología y la simbología, implacables enemigos de las adulteraciones clericales, descifraron los jeroglíficos que rodeaban la cruz y coligieron de ellos su verdadero significado.