Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 44

LA LEYENDA DE ORO

No nos asombra demasiado el empeño que ponen los misioneros católicos en convertir al cristianismo a los induistas y budistas, a quienes llaman “paganos”, sin tener en cuenta que por lo menos resplandece en ellos la hermosa cualidad de no abjurar de su heredada fe por el capricho de trocar unos ídolos por otros. Tal vez fuera para ellos una novedad el protestantismo, que reduce a la más sencilla expresión las creencias religiosas; pero ninguna necesidad tiene de apostatar el budista, a quien en vez del zapato de Dagón le enseñan la sandalia del Vaticano, o le prometen cambiar los ocho pelos y el diente milagroso de Buda por el mechón de pelo de cualquier santo y el diente de Jedús, no tan hábilmente taumatúrgicos (48).

Apenas hay misionero residente en la India, Tíbet y China que no deplore la “obscenidad” de los ritos paganos, que, según Des Mousseaux, son “vehementes indicios del culto diabólico”; pero seguramente que la moralidad de los paganos mejoraría algún tanto si libremente pudiesen escudriñar la vida del rey poetta, autor de aquellos salmos que con tanta devoción repiten los cristianos. Entre la danza fálica de David delante del arca (símbolo del principio femenino) y el Vishnavita indo con el signo fálico en la frente, sólo podrán declararse a favor del primero quienes no conozcan las religiones antiguas ni la que dicen profesar. Bien harían los cristianos en no acusar de obscenidad a los gentiles desde el momento en que aceptan por modelo una religión cuya letra le consentía a David la entrega de doscientos prepucios de filisteos para ser yerno del rey Saúl (49). Han de acordarse del significativo aforismo de Jesús, y quitarse la viga del ojo antes de soplar la mota en el ajeno. El elemento sexual predomina en el cristianismo tanto como en cualquiera de las religiones llamadas “paganas”, y de seguro que en ningún pasaje de los Vedas se encontraría la descocada obscenidad de lenguaje que los hebraístas contemporáneos descubren en la Biblia.

Todos estos puntos están magistralmente expuestos por el anónimo autor de La religión sobrenatural, que tantísimo éxito logró en Alemania e Inglaterra al publicarse hace un año; en la del doctor Inman (50), quien arremete contra las formas exotéricas del cristianismo y desentraña el significado de los símbolos sin atacar a la religión de Cristo, sino al artificioso sistema teológico que la desnaturaliza. Pero escuchemos las propias palabras del autor:

Cuando la sagacidad de algún observador descubrió la existencia de los vampiros, se trató de acabar con ellos atravesando el cadáver con una estaca puntiaguda; pero la práctica demostró que su extremada vitalidad les consentía reaparecer una y otra vez no obstante los reiterados empalamientos, hasta que se arrojaba el cadáver a una hoguera. De igual modo, el paganismo predominante entre los creyentes en Jesús de Nazareth reaparece una y otra vez, a pesar de haberle atravesado otras tantas de parte a parte. Muchos lo miman y pocos lo repudian. Entre otros, yo levanto mi voz contra el paganismo prevaleciente en el cristianismo clerical, y haré cuanto me sea posible para poner de manifiesto semejante impostura... En una narración de asunto vampírico que se lee en el Thalaba de Southey, el vampiro toma la figura de una joven de la que se enamora tiernamente el héroe del relato, quien se ve precisado a matarla por su propia mano, aunque en el momento de herir se convence de que no es tal joven, sino un demonio. Asimismo, al atacar yo al paganismo revestido de ropaje cristiano, no ataco a la verdadera religión (51). Nadie vituperaría a un operario que limpiase una hermosa estatua. Habrá gentes demasiado pulcras para tocar inmundicias, pero que se alegrarán de que alguien las barra. Se necesita el barrendero (52).

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