Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 78

EL HOMBRE DIVINO

Los antiguos no tuvieron jamás la temeraria idea de que los hombres perfectos fuesen encarnaciones del supremo e invisible Dios, pues Moisés y otros instructores de su índole eran para ellos hombres perfectos, dioses en la tierra, entendiendo por dioses los divinos espíritus infundidos en los puros cuerpos materiales como en tabernáculos sagrados. Los antiguos tributaban honores divinos y llamaban dioses a los desencarnados espíritus de los sabios y de los héroes, por lo que les acusaron de politeístas e idólatras precisamente quienes antropomorfizaron los más puros conceptos metafísicos.

Todos los iniciados conocían el verdadero sentido esotérico de esta enseñanza (122), que los tanaímes comunicaban a sus discípulos predilectos los isarimes en las solemnes soledades de las criptas y de los yermos. Era éste uno de los puntos más sigilosamente velados, porque la condición humana era entonces la misma que ahora, y la casta sacerdotal estaba tan engreída de su intelectual superioridad como el clero de nuestros días y tan afanosa de avasallar a las muchedumbres ignaras, con la diferencia de que los hierofantes podían demostrar la verdad de sus enseñanzas, y el clero contemporáneo se apoya en la ciega fe de las gentes.

Los primitivos nazarenos pertenecientes a la escuela gnóstica, creían que Jesús era un profeta enviado por Dios para enderezar los pasos de las gentes por el camino de la justicia. A este propósito dice el Código de los nazarenos:

La mente divina es eterna. Es pura luz derramada espléndidamente por el pleroma (123). Es madre de los eones. Un eón agitó turbulentamente la materia (caos) y con una porción de luz celeste le dio forma apropiada para la manifestación objetiva y tangible; pero de ella dimanó todo mal. El Demiurgo pretendió honores divinos (124), y en consecuencia fue enviado Cristo (el ungido), el príncipe de los eones (125), quien se infundió dominadoramente en la persona del piadosísimo Jesús, hasta que le abandonó para ascender a lo alto (126).

Para la mejor comprensión de este pasaje y otros igualmente enigmáticos, daremos una sumaria explicación de los dogmas comunes, salvo levísimas diferencias, a todas las sectas gnósticas. Por entonces el principal colegio gnóstico estaba en Efeso, donde se aunaba la enseñanza de la filosofía oriental con la de la platónica. Era uno de los focos de la universal doctrina secreta, el laboratorio donde la elegante terminología griega alquitaraba las filosofías buditas, zoroastriana y caldea.

Pablo venció a Artemis (127); pero aunque los conversos quemaron gran número de tratados acerca de ... (artes curiosas), todavía quedaron los suficientes para reanudar los estudios una vez se hubo entibiado el primitivo celo. De Efeso brotó la gnosis en antitética oposición a los dogmas de Ireneo, y en Efeso estuvo el semillero de cuantas especulaciones trajeron de la cautividad los tanaímes. Sobre este particular dice Matter:

Las doctrinas de la escuela hebreo-egipcia y los conceptos semiparsis de los cabalistas habían acrecentado por entonces en Efeso la copiosa afluencia de enseñanzas griegas y asiáticas, por lo que no es extraño que salieran de allí instructores deseosos de conciliar las doctrinas tradicionales de la escuela gnóstica con la nueva religión predicada por el apóstol Pablo.

Si los cristianos no se hubiesen echado encima la carga de la revelación mosaica ni aceptado el Jehovah bíblico, nadie se atreviera a tildar de herejes a los gnósticos; porque exento el cristianismo de exageraciones dogmáticas, hubiese tenido el mundo para su mayor bien una religión fundada en la pura filosofía platónica.

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