Capítulo 18
LAS LLAVES DE SAN PEDRO
Jacolliot tradujo los antiguos manuscritos de hojas de palmera que por fortuna le permitieron examinar los brahmanes de las pagodas; y una de dichas traducciones nos revela el indudable origen de las llaves de San Pedro y su simbólica adopción por los romanos pontífices. Apoyado en la autoridad del Agruchada Parikshai (Libro de los Pitris) demuestra Jacolliot que siglos antes de nuestra era los iniciados del templo elegían un Consejo Supremo presidido por el brahmâtma, cuya dignidad recaía tan sólo en los brahmanes mayores de ochenta años (58) y estaba encargado de custodiar la mística fórmula:
A
U M
en que se cifraba toda la ciencia y significaba
CREACIÓN
CONSERVACIÓN TRANSFORMACIÓN
Únicamente el brahmâtma podía revelar esta fórmula a los iniciados del tercero y superior grado, y si alguno de estos comunicaba a un profano el más insignificante secreto era condenado a muerte junto con quien había recibido la revelación.
Por último dice Jacolliot:
Coronaba tan hábil sistema una palabra todavía superior al misterioso monosílabo AUM, y quien poseía su clave llegaba casi a igualarse con el mismo Brahma. Pero esta clave sólo la conocía el brahmâtma, quien al morir la legaba en una caja sellada a su sucesor.
Esta desconocida palabra, cuya revelación ningún poder humano fuera capaz de arrancar ni aun hoy día en que, a pesar de que la autoridad brahmánica padece bajo la dominación inglesa, cada pagoda tiene su brahmâtma (59), estaba grabada en un triángulo de oro y se conservaba en el sagrario del templo de Asgartha, cuyo brahmâtma tenía las llaves. Por esta razón este brahmâtma llevaba en la tiara dos llaves entrecruzadas, que de rodillas sostenían dos brahmanes, como símbolo del precioso depósito confiado a su custodia... Triángulo y palabra aparecían reproducidos en la piedra del anillo que el brahmâtma llevaba en insignia de su autoridad, y también estaban grabados en un sol de oro puesto sobre el altar donde todas las mañanas ofrecía el brahmâtma el sarvameda o sacrificio en honor de las fuerzas de la naturaleza (60).
Este pasaje es bastante claro para que los tratadistas católicos se atrevan todavía a sostener que los brahmanes de cuatro mil años atrás remedaron el ritual, símbolos y vestiduras de los romanos pontífices. Sin embargo, no nos sorprendería que persistieran en su error.
Sin ir muy atrás en las comparaciones, basta detenernos en los siglos IV y V de nuestra era para establecer entre el llamado paganismo de la tercera escuela neoplatónica y el entonces ya creciente cristianismo un paralelo del que no saldría muy bien librado este último, pues aun en aquellos primeros tiempos sobrepujaban los cristianos a los paganos en crueldad e intolerancia, a pesar de que, por una parte, la nueva religión no había definido aún sus vacilantes dogmas ni los discípulos del sanguinario Cirilo sabían si adorar a María como “madre de Dioa” o abominar de ella como demonio compañero de Isis; y por otra parte subsistía amorosamente en todo corazón de veras cristiano el recuerdo del dulce y humilde Jesús, cuyas palabras de misericordia y compasión vibraban todavía en los oídos de las gentes.