Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 75

LA FIGURA DE JESÚS

Esta figura, según dice King, tenía dos significaciones: una exotérica, para el vulgo, y otra esotérica, para el iniciado, y tal vez sería el sello de algún apóstol o adepto de superior categoría (111). Esto es una nueva prueba de que la doctrina de los primitivos cristianos no difería mucho de la de los gnósticos. Epifanio (112) acusa a los carpocracianos de adorar pinturas y esculturas de oro, plata y otros materiales, que, según ellos, eran efigies de Jesús trazadas por Pilatos, a los que secretamente tributaban culto y ofrecían sacrificios al uso de los gentiles, como también a las imágenes de Pitágoras, Platón y Aristóteles (113). De esto infiere King que en el año 400 de nuestra era todavía se tenía por pecado abominable la representación figurada de la persona de Jesucristo. También San Ambrosio se indigna contra la afirmación de Lampridio de que Alejandro Severo tenía en su oratorio particular una imagen de Jesucristo entre las de eminentes filósofos, y a este propósito exclama:

La mente se conturba y se resiste a la idea de que los paganos hayan conservado la efigie de Cristo y los cristianos no hayan cuidado de tenerla.

De esto se colige que, excepto el núcleo de cristianos más tarde triunfantes, la aristocracia intelectual del paganismo honró a Jesús como un filósofo adepto de la misma categoría que Pitágoras y Apolonio. Si hubiese sido, según pretenden los Evangelios sinópticos, un obscuro carpintero de Nazareth, no le tributaran de seguro tales honras los paganos. No hay de la divinidad de Jesús, es decir, considerado como encarnación del Hijo de Dios, ni una sola prueba que resista a la crítica exegética. En cambio, cuando se le mira como reformador radical, acérrimo adversario del dogmatismo teológico, debelador de la hipocresía y promulgador de uno de los más sublimes códigos de moral, es Jesucristo una de las más colosales y mejor definidas figuras de la historia, que irá tomando mayor relieve a medida que transcurran los siglos, aunque los teológicos dogmas forjados por la fantasía humana vayan perdiendo de día en día su inmerecido prestigio. Jesucristo reinará universalmente el día en que todos los hombres se amen como hermanos con el amor del incognoscible Padre común de la raza humana.

Es una carta atribuida apócrifamente al senador Léntulo, escrita en latín horrible y dirigida al Senado romano, hallamos una descripción de la persona de Jesús, que se ajusta a las usanzas de la época, pues dice que “Jesús llevaba la cabellera suelta en ondas que le caían sobre los hombros, pero partida en raya por la mitad, a estilo de los nazarenos”. Este pasaje de la descripción nos inclina a considerar concluyentemente:

1.º Que, en efecto, los nazarenos, por observancia de su regla, llevaban la cabellera tal como la descrita y según aparece en la figura bíblica de Juan el Bautista.

2.º Que si el senador Léntulo hubiese escrito la carta que se le atribuye, seguramente la conociera San Pablo y no dijera como dijo, con ofensa de Cristo su Señor, que es vergonzoso para un hombre llevar el pelo largo.

3.º Que si Jesús llevaba el pelo a usanza de los nazarenos, debió recibir este sobrenombre, no por ser vecino de Nazareth, pues estos no llevaban así el pelo, sino por pertenecer a la secta de los nazarenos, que en la época de Juan el Bautista era ya herética a los ojos del Sanhedrín (114).

El Talmud dice que los nazarenos eran saludadores y exorcistas errantes, y así lo atestigua Jervis (115) al declarar que “los nazarenos iban de pueblo en pueblo curando enfermos y vivían de limosna”. Por su parte, Epifanio dice incongruentemente que “los nazarenos seguían en gradación herética a los corintios, ya fuesen anteriores o posteriores a estos, no obstante ser coetáneos”, y añade que “en aquel tiempo a todos los cristianos se les conocía con el nombre de nazarenos (116).

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