Capítulo 170
VIRGINIDAD Y MATRIMONIO
La herejía de que el apóstol Juan abominaba en los nicolaítas era sencillamente el matrimonio (118) de los clérigos, pues Juan era virgen, y con su sentir se conforman los Padres de la Iglesia, apoyados en la tradición. Aun el mismo Pablo, el más erudito y liberal apóstol, opina que es muy difícil conciliar el estado sacerdotal con el estado de matrimonio, y distingue entre la esposa y la virgen (119), pues ésta ha de cuidar de las cosas del señor y aquélla ha de complacer a su marido. Así se infiere de los siguientes pasajes:
¿Estás libre de mujer? No busques mujer.
Y la mujer soltera y la virgen piensa en las cosas del Señor para ser santa de cuerpo y alma. Mas la que es casada piensa en las cosas del mundo y cómo agradar al marido.
Mas si a alguno le parece que no le es honesto a su virgen..., no peca si se casa.
Porque el que tomó en sí una firme resolución...., sino antes teniendo poder en su propia voluntad y determinó en su corazón guardar su virgen, bien hace.
Y así el que casa a su virgen hace bien y el que no la casa hace mejor.
Pèro será más bienaventurada si permaneciere así según mi consejo; y pienso que yo también tengo Espíritu de Dios (120).
Muy lejos de este espíritu de tolerancia están las palabras del evangelista Juan cuando dice:
Y ninguno podía aquel cántico, sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron comprados de la tierra. Estos son los que no se contaminaron con mujeres, porque eran vírgenes (121).
Esto parece concluyente, pues si exceptuamos el apóstol Pablo, los primitivos nazarenos consagrados a Dios con apartamiento del mundo distinguían profundamente entre el pecado carnal dentro del matrimonio legítimo y las abominaciones del adulterio. Con semejantes ideas y con tal estrechez de miras, era natural que el fanatismo tuviese por oprobio la relación sexual en toda circunstancia.
Según ya dijimos, Epifanio da minuciosos pormenores acerca de los apretones de manos a estilo masónico y otros signos que para reconocerse empleaban los gnósticos, pues había pertenecido a esta escuela y conocía sus interioridades. Sin embargo, no podemos determinar el grado de confianza que merece el famoso obispo, pues no hay necesidad de ahondar mucho en la naturaleza humana para convencerse de que casi todos los traidores y renegados agravan con la mentira su traición. Los hombres nunca perdonan ni compadecen a quienes injurian, como si el odio que sienten por su víctima se acrecentara en proporción del daño que les infligen. Esta verdad es tan antigua como el mundo. Por otra parte, resulta inverosímil que los gnósticos cayeran en la degradante obscenidad que les achaca Epifanio, cuando según Gibbon fueron los más ricos, cultos y corteses filósofos de su época; pero nos resistiríamos a creer tan infamente imputación aunque hubieran sido una turba de mendigos haraposos de mirada torva, como describe Luciano a los secuaces de Pablo (122). Por lo tanto, es moralmente imposible que unos filósofos a la par platónicos y cristianos, se entregaran a prácticas tan abominables.
Knight no pone en entredicho el testimonio de Epifanio, sino que, por el contrario, lo cohonesta hasta cierto punto diciendo que, aparte de las exageraciones propias del odio teológico y de los prejuicios populares, era general el convencimiento de que los gnósticos se entregaban a prácticas obscenas.
A nuestro entender, confunde King a los gnósticos del cristianismo primitivo con las sectas del mismo nombre que aparecieron en la Edad Media, cuyas doctrinas tanta semejanza tenían con el moderno comunismo. Respecto a los gnósticos medioevales, acaso no haya nada que objetar a la acusación de obscenidad en sus prácticas; pero tengan presente los investigadores que si a los templarios se les achacaba la abominable práctica de besar al macho cabrío en la rabadilla (123), también hubo fundadas sospechas de que San Agustín toleraba ciertas licencias en la práctica del “ósculo de paz” que mutuamente se daban los cristianos de aqmbos sexos en los ágapes subsiguientes a las fiestas eucarísticas, pues parece que el santo obispo fue muy exigente en algunos pormenores del atavío de las mujeres para que el “ósculo de paz” tuviese carácter estrictamente ortodoxo (124). Cuando hay verdadero sentimiento religioso, no queda lugar para mundanos pormenores; pero la suciedad y desaliño que en su persona mostraron los primitivos cristianos justifica en cierto modo la solicitud de San Agustín respecto de la indumentaria de sus diocesanas, a no ser que le moviesen a ello las reminiscencias de los ritos maniqueos.