Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 175

JESÚS IGNORADO DE SUS COETÁNEOS

Como ya dijimos, los primitivos cristianos estaban separados en grupos secretamente constituidos, con sus correspondientes signos y consignas para reconocerse entre sí, pues la incesante persecución de que eran víctimas les movía a reunirse en las catacumbas, en los parajes más abruptos de las montañas y en otros lugares que les ofrecieran refugio seguro. Con los mismos obstáculos tropezó siempre toda reforma religiosa. Jesús y sus discípulos se congregaban en sitios apartados de la curiosidad maliciosa, sin que ni el vulgo por una parte ni el poder público por otra tuviesen noticia de estas secretas asambleas cuyo riguroso sigilo cerró muchos caminos de información histórica.

Los investigadores se asombran de la escasa importancia que la personalidad de Jesús tuvo para sus coetáneos. Según demuestra Renán, el historiador Filo, que floreció en tiempo de la predicación y murió el año 50, no menciona ni una sola vez a Jesús, como si no hubiese oído hablar de él. Josefo, algo posterior, pues nació cuatro años después de la muerte de Jesús, apenas dedica unas cuantas líneas a dar cuenta del proceso, sentencia y crucifixión, y aun afirma Renán que este pasaje fue adulterado por manos cristianas. Pero lo extraño es que Josefo, el escrupuloso enumerador de todas las escuelas y sectas de su tiempo, no mencione ni aluda a los cristianos, a pesar de que escribió a fines del siglo I, cuando, según los historiadores eclesiásticos, había ya establecido el apóstol Pablo varias iglesias, y con arreglo a la cronología de Ireneo y Eusebio habían ya sucedido apostólicamente a Pedro los tres romanos pontífices Lino, Anacleto y Clemente. Otro historiador, Suetonio, que fue secretario del emperador Adriano y floreció en el primer cuarto del siglo II, tiene tan escasas referencias de Jesús, que dice que el emperador Claudio desterró a todos los judíos porque continuamente andaban promoviendo disturbios a instigación de un tal Crestus (135). El mismo emperador Adriano tenía en tan poco los dogmas de la nueva religión, que en una carta a Serviano supone a los cristianos adoradores de Serapis (136).

Dice King sobre este asunto:

Las sectas sincretísticas que en el siglo II aparecieron en Alejandría, foco del gnosticismo, echaron de ver en Serapis un antetipo del Cristo como Creador y Señor del universo y Juez de vivos y muertos.

No cabe duda de que la cabeza de Serapis con su rostro de grave y melancólica majestad, sugirió la idea de los convencionales retratos del Salvador (137).

Así es que mientras los filósofos paganos consideraron a Serapis como representación ideológica del Anima Mundi, los cristianos antropomorfizaron al Padre y al Hijo en la imagen de un rito pagano.

De las notas tomadas en el convento del monte Athos por el viajero de que oportunamente hablamos, resulta que en su mocedad frecuentó Jesús el trato de los esenios pitagóricos llamados koinobis, por lo que nos parece un mucho gratuita la afirmación de Renán al decir que Jesús no leyó en su vida ninguna obra budista ni griega, y que ignoraba los nombres de Buda, Zoroastro y Platón, aunque sin darse cuenta de ello predicaba doctrinas derivadas del budismo y mazdeísmo y de la filosofía griega (138).

Esto equivale a reconocer un milagro o dar desmedida intervención a la casualidad y a la coincidencia. Es abuso de autoridad en un historiador sentar falsas premisas para deducir de los hechos históricos las consecuencias más favorables a su parcialidad y formar con ellas una biografía de Jesús. No tiene Renan ni más ni menos fundamento en cuanto dice que los demás compiladores de leyendas referentes a la incierta vida del profeta nazareno, ni cabe afirmar nada sobre este punto sin pruebas concluyentes. Así resulta que mientras Renan se apoya tan sólo en su particular opinión para decir que Jesús nada supo de budismo, mazdeísmo ni platonismo, hay cuatro potísimas razones en pro de la afirmación opuesta, conviene a saber:

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