Capítulo 165
EL ATMAN
Desde que el primer místico dio con el medio de comunicación entre los mundos visible e invisible, material y espiritual, convencióse de que abandonar esta ciencia en manos del vulgo equivalía a profanarla y perderla, pues su abuso podía acabar rápidamente con la humanidad, como si pusiéramos en manos de niños materias explosivas con mechas para prenderlas fuego. El primer adepto inició a unos cuantos escogidos y se mantuvo en sigilo respecto del vulgo al reconocer a Dios en la intimidad de su ser. El Atman, el Yo (89), el Señor potente, el Protector, manifestó en toda su plenitud el Yo soy, el ego sum, el Ahmi, el que supo escuchar la voz queda y suave.
Desde que los himnos védicos describieron al hombre primitivo hasta los días de hoy, todo filósofo digno de este nombre adoró esta misteriosa verdad en el secreto santuario de su corazón, ya la recibiese al ser iniciado, ya sin serlo, como Sócrates la descubriera por la aplicación del noble precepto: “conócete a ti mismo”.
“Vosotros sois dioses”, dice el rey-profeta. Por otra parte, Jesús exclama, dirigiéndose a los escribas:
¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Pues si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios...(90).
Este mismo concepto repite San Pablo, como un eco fiel de su Maestro, al decir:
Porque vosotros sois el templo del Dios vivo (91).
Hasta en la retorcida y bárbara terminología del Codex Nazaraeus echamos de ver el mismo concepto que, como límpida y diáfana corriente interna de cristalino caudal jamás enturbiado por los limos del dogmatismo, fluye a través de los Vedas, del Avesta, del Abhidharma, de los Sankhya Sutras de Kapila y del Evangelio de San Juan.
Según el Código nazareno, para alcanzar el reino de los cielos es necesario que el hombre se una indisolublemente con su Rex Lucis, el Señor de Esplendor y de Luz, su Dios inmortal. Es necesario conquistar por la violencia el reino de Dios, previa la inmortalización del yo material. Así dice San Pablo:
El primer hombre de la tierra, terreno; el segundo hombre del cielo, celestial... He aquí, os digo, un misterio: Todos ciertamente resucitaremos, mas no todos seremos mudados (92).
En la religión de Sakya está claramente expuesta la doctrina de la inmortalidad, por más que muy eruditos comentadores la tilden de nihilista. En los sagrados textos jainos de Patuna aparece la siguiente exhortación dirigida a Gautama moribundo: “Asciende hasta el nirvi (nirvana) desde ese cuerpo decrépito al que fuiste enviado. Sube a tu morada primera, ¡oh bendito avatar!” Precisamente esto entraña una doctrina antitética al nihilismo, porque el exhortar a Gautama a que vuelva a su morada primera, o sea el nirvana, es prueba concluyente de que la filosofía budista no enseña la aniquilación final. Así como los cristianos creen que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitado, así también creen los budistas que Gautama desciende temporáneamente del nirvana, lo cual no fuera posible si el nirvana equivaliese a aniquilación.