Capítulo 120
QUERUBINES Y SERAFINES
Precisamente en este simbolismo funda Ireneo su más poderoso argumento para demostrar la necesidad de que hayan de ser cuatro los evangelios y dice:
No pueden ser ni más ni menos que cuatro, porque así como hay cuatro partes del mundo y cuatro vientos generales (... ...) justo es que la Iglesia tenga cuatro columnas. Además, los querubines también son cuatrifáceos y sus rostros cuádruples son símbolo de las obras del Hijo de Dios, del Verbo, del Hacedor de todas las cosas que se sienta más arriba de los querubines (106).
No nos detendremos a discutir la peculiar santidad de los cuatrifáceos querubines, aunque tal vez descubiréramos su origen en las antiguas pagodas de la India como vâhanes o vehículos de los dioses mayores, así como también pudiéramos inquirir en la sabiduría cabalista, tan repugnada por la Iglesia, la veneración en que el catolicismo los tiene, según advertimos en el siguiente pasaje:
Al salir de su morada, se presentan las almas una por una ante el sagrado rey, en forma sublime con cuyo semblante ha de aparecer en el mundo. De esta forma sublime procede la imagen. Los tipos de estos semblantes son cuatro: ángel, león, toro y águila (107).
Estos cuatro semblantes son los querubines a que alude David al impetrar el advenimiento del Mesías en esta invocación: “¡oh Tú! Que estás sentado entre los querubines, envíanos tu resplandor”. Así se infiere que para representar Ezequiel en los cuatro animales los cuatro seres que sostienen el trono de Jehovah, tomó por modelo los cuatro genios llamados Kirub (toro) Nirgal (león), Ustur (esfinge) y Nathga (águila), todos ellos con rostro humano. En esto tenemos otra prueba no menos fehaciente de que durante la cautividad de Babilonia se asimilaron los hebreos las creencias religiosas de sus dominadores y las trasladaron a las recopiladas Escrituras, de donde se infundieron más tarde en el cristianismo. Además, vemos que admirado Ezequiel de la gloria del Señor le da repetidamente el título de “Hijo del Hombre”, en lo que se advierte la filiación cabalista de este profeta cuyo libro está escrito esotérica (108) y exotéricamente, con significado idéntico al del Apocalipsis. Los cabalistas conferían el título de “Hijo del Hombre” a todos los profetas y a sí mismo se lo aplicó Jesús. Además, la descripción que de Cristo nos da Ireneo, presentándolo como el Hacedor de todas las cosas, sentado sobre los querubines, es idéntica al Shekinah cuyo trono ponían los hebreos sobre los querubines del propiciatorio. Por otra parte, el simbolismo cabalista llama serafín o querubín al décimo sephirote apellidado Gloria, cuyo símbolo es la columna de la izquierda (Booz) del templo de Salomón, mientras que el noveno sephirote Victoria corresponde a la columna de la derecha (Jachin). La denominación “Hijo del Hombre” sólo pueden emplearla los cabalistas y así es Ezequiel el único profeta que la usa porque los demás no estuvieron tan versados en la ciencia cabalista.
Representa la Kábala colectivamente los sephirotes en figura de un hombre (Seir-Anpin) formado por multitud de círculos dispuestos en 243 números correspondientes a las distintas jerarquías celestes (109).
La descripción que da Ezequiel de la figura de cuatro criaturas vivientes con cuatro rostros cada una y las manos de un hombre bajo sus alas (110) ofrece notable analogía con la imagen escultórica de Vishvakarma hijo de Brahma, existente en una de las sagradas cuevas de Ellora. A Brahma y Júpiter se les daba el título de “padre de los hombres”.