Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 33

HECHICERÍAS CLERICALES

Sabido es que el cardenal Benno inculpó públicamente de hechicería al papa Silvestre II por haber mandado construir una cabeza parlante por el estilo de la que poseyó Alberto el Magno e hizo pedazos Tomás de Aquino (4). Se comprobó la acusación, así como también que siempre andaba en compañía de entidades diabólicas (5).

Demasiado conocidos son los fenómenos operados por el obispo de Ratisbona y el “doctor angélico” Tomás de aquino para que nos detengamos a describirlos. Baste decir que si el prelado católico tuvo suficiente habilidad para sugerir en cruda noche de invierno la sensación de un caluroso día de verano y la idea de que los carámbanos colgantes de los árboles del jardín eran frutos tropicales, también los magos indos operan hoy en día parecidos portentos sin necesidad de auxilio divino ni ayuda diabólica, pues tanto unos como otros son actualización de la potencia inherente a todos los hombres.

Poco antes de estallar la Reforma se promovieron entre el clero escandalosos incidentes con motivo de su mucha afición a las prácticas mágicas y alquímicas. El cardenal Wolsey fue procesado por complicidad con el hechicero Wood, quien declaró explícitamente contra él (6).

El sacerdote Guillermo Stapleton fue procesado por hechicería en el reinado de Enrique VIII (7).

Bienvenido Cellini alude a un sacerdote nigromántico, natural de Sicilia, que cobró fama por sus afortunadas hechicerías, sin que nadie le molestara en el ejercicio de este arte; y según saben los eruditos, refiere Cellini a este propósito que dicho sacerdote conjuró a toda una legión de diablos en el coliseo de Roma; y además, tuvo exacto cumplimiento el vaticinio de que pronto encontraría a su amante en el tiempo y lugar prefijados (8).

A últimos del siglo XVI apenas había clérigo que no se aficionara al estudio de la magia y alquimia, movidos por el deseo de imitar a Cristo en el exorcismo contra los malignos espíritus (9), de modo que consideraron “sagradas” sus prácticas, al paso que acusaban de nigromancia a los magos laicos. Los ocultos conocimientos espigados siglos atrás en los feraces campos de la teurgia, se los reservaba la Iglesia romana como por privilegio exclusivo y enviaba al suplicio a cuantos se atrevían a cazar furtivamente en el coto de la teología, para ellos la scientia scientiarum (la ciencia de las ciencias), o bien a cuantos no podían encubrir sus culpas bajo el hábito monacal (10).

La historia nos ofrece en prueba varios datos estadísticos, pues, según dice Tomás Wright (11), en los quince años transcurridos entre 1580 y 1595, el inquisidor Remigio, presidente del tribunal de Lorena, sentenció a la hoguera a novecientos brujos (12).

Así es que mientras el clero practicaba la hechicería y el arte de evocar legiones de “demonios” sin que el poder civil le molestase en lo más mínimo, se perseguía cruelmente a infelices extraviados y monomaníacos (13). Ecclesia non novit sanguinem, exclaman melosamente los teólogos, y en justificación de este aforismo se instituyó sin duda la Santa Inquisición, bajo cuyo estandarte (14) el asesor de la reina Isabel I de Castilla e inquisidor general Tomás de Torquemada sentenció a la hoguera a diez mil reos y puso en el tormento a ochenta mil (15). En ningún país como en España y Portugal estuvieron tan difundidas entre el clero las artes de magia y hechicería, tal vez porque los árabes eran muy entendidos en ciencias ocultas, y en Toledo, Sevilla y Salamanca hubo escuelas superiores de magia. Los cabalistas salmantinos sobresalían en el dominio del saber abstruso, pues conocían las virtudes de las piedras preciosas y otros minerales y los más hondos secretos de la alquimia.

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