Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 158

LA INVENCIÓN DE LA CRUZ

Probablemente el lábaro facilitó el modelo de la verdadera cruz, que más tarde se había de encontrar con tanta complacencia de la voluntad imperial allí donde jamás hubo cruz alguna; pero era preciso corroborar la visión mediante un milagro, de que impíamente dudan críticos tan severos como Lardner. Sin embargo, hemos de creer en la invención de la cruz, so pena de vernos calificados de infieles, a pesar de que, según demostraría una cuidadosa comprobación, los gragmentos de la “verdadera cruz” se han multiplicado más prodigiosamente todavía que los dos peces y los cinco panes de la invisible panadería. Siempre que conviene echar mano de un milagro, se queda sin lugar propio el hecho descarnado y es preciso que la fábula suplante a la historia.

Si al cabo de diecinueve siglos recibe el Fundador del cristianismo veneración más o menos profunda en todos los países del globo, nadie nos quita la libertad de pensar que él sería el primer sorprendido si escuchara las doctrinas que se predican en su nombre. Desde un principio prevaleció el sistema de falsificaciones deliberadas. De los altercados que con Tolomeo tuvo Ireneo se infiere cuán resuelto estaba éste a ofuscar la verdad y establecer una iglesia exclusivamente suya sobre las ruinas de las siete primitivas iglesias a que alude el Apocalipsis. Es una prueba evidente contra la que nada puede la fe ciega. La historia de la Iglesia afirma que la predicación de Cristo sólo duró tres años, en lo que discrepa notablemente el Evangelio de San Juan de los otros tres; pero le estaba reservado a Ireneo demostrar a la posteridad que ya en el año 180 de nuestra era (62), las lumbreras de la Iglesia, entre las cuales él mismo se contaba, nada sabían de cierto o mentían a sabiendas y transcabalaban las fechas para cohonestar sus adulteraciones.

Tan afanoso andaba el buen Padre de desbaratar toda objeción a sus planes, que ninguna falsedad le parecía excesiva. Afirmaba Tolomeo que Jesús era demasiado joven para dar lecciones de excepcional importancia, pues sólo predicó durante un año, en cuyo duodécimo mes tuvo su pasión. En esto se apartaba Tolomeo muy poco de los Evangelios; pero Ireneo se deja arrastrar de la imprudencia y eleva la discrepancia entre uno y tres años, nada menos que a la entre uno y diez, y aun veinte, porque, contendiendo con Tolomeo, le dice que destruye la obra de Cristo al cercenarle el tiempo de su predicación, que llevó a cabo en edad madura con ventaja sobre todo otro apóstol. Y no teniendo fecha segura que asignar, se apoya Ireneo en la tradición para primero decir que Cristo predicó durante DIEZ años (63) y después representar a Jesús de cincuenta de edad.

Pero prosigamos en nuestra tarea de indagar los orígenes del cristianismo y descubrir las fuentes en que Jesús bebió sus ideas sobre Dios y la humanidad

Los koinobis vivían en Egipto, donde Jesús pasó su primera juventud, y se les confundía con los terapeutas que eran una de sus numerosas ramas, según aseveran Higgins y De Rebold. Tras la ruina de los principales santuarios, ya comenzada en tiempo de Platón, las diversas sectas, entre las que se contaban los gimnósofos, los magos (64), los pitagóricos, los sufis y los rasis de Cachemira (65), constituyeron una especie de masonería o confederación internacional de sus sociedades esotéricas.

Sobre el caso dice el P. Rebold:

Los antiguos sacerdotes dieron a la ciencia oculta el nombre de fuego regenerador, y durante más de tres mil años fue privativo conocimiento del sacerdocio indo y egipcio. En esta ciencia fue iniciado Moisés que se educó en Heliópolis, así como Jesús la aprendió entre los esenios de Egipto y de Judea. El conocimiento de esta ciencia dio a ambos reformadores, especialmente al último, el poder taumatúrgico que les atribuyen las Escrituras (66).

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