Capítulo 24
LIBROS ANTIGUOS
La ciencia de la religión apenas está en su infancia... Durante los últimos cincuenta años se han descubierto, de extraordinaria y casi milagrosa manera, documentos auténticos de las principales religiones del mundo (48). Tenemos ya los libros canónicos del budismo, el Zend-Avesta de Zoroastro y los himnos del Rig-veda, que han revelado la existencia de religiones anteriores a la mitología que en Homero y Hesíodo aparece como desmoronada ruina (49).
En su vehemente deseo de dilatar los dominios de la fe ciega, los primeros teólogos cristianos ocultaron tanto como les fue posible las fuentes de su ciencia, y al efecto se dice que entregaron a las llamas cuantos tratados de cábala, magia y ocultismo hallaban a mano, creyendo equivocadamente que con los últimos gnósticos habían desaparecido los manuscritos más peligrosos de esta índole; pero algún día se echará de ver el error, y de “extraordinaria y casi milagrosa manera” aparecerán otros importantes documentos auténticos.
Los monjes de algunos puntos de Oriente, como por ejemplo los del monte Athos y del desierto de Nitria, así como los rabinos que en Palestina se pasan la vida comentando el Talmud, conservan una curiosa tradición, según la cual de los tres incendios de la biblioteca de Alejandría (el de Julio César, el de las turbas cristianas y el del general árabe Omar) se salvaron muchísimo volúmenes, como puede inferirse del siguiente relato:
En el año 51 antes de J. C., cuando se disputaban el trono la princesa Cleopatra y su hermano Dionisio Ptolomeo, estalló fortuitamente en la biblioteca de Alejandría un incendio que consumió unos cuantos volúmenes, por lo que fue preciso hacer algunas reparaciones en el edificio (Bruckión), que a la sazón contenía unos 700.000 volúmenes, encuadernados en madera o pergamino a prueba de fuego. Con motivo de las reparaciones, fueron trasladados a casa de un empleado de la biblioteca los más valiosos manuscritos de ejemplar único que afortunadamente se libraron de las llamas. Cuando después de la batalla de Farsalia, quiso César deponer del trono de Egipto a Ptolomeo y colocar en él a Cleopatra, hubo de sitiar a Alejandría y durante el sitio mandó incendiar la flota egipcia fondeada en el puerto. El incendio se propagó a los edificios vecinos al muelle, y de allí a la parte de la ciudad donde estaba la famosa biblioteca. Pero como el fuego tardó algunas horas en prender en este edificio, pudieron entretanto los bibliotecarios, con ayuda de centenares de esclavos, poner en lugar seguro los más valiosos volúmenes. Además se salvaron de las llamas muchos manuscritos encuadernados en pergamino incombustible, al paso que se quemaron casi todos los encuadernados en madera. Un erudito oficinista de la biblioteca, llamado Theodas, dejó escritos en griego, latín y caldeo-siriaco todos los pormenores del suceso. Se dice que todavía se conserva en un monasterio griego una copia de este manuscrito, según pudo comprobar por sí misma la persona que nos refirió esta tradición, quien asegura, además, que cuando se cumpla cierta profecía, otros muchos podrán ver dicha copia y enterarse por ella de en dónde hallar importantísimos documentos de la antigüedad, que la mayor parte se conservan en Tartaria e India (50).
Un monje del referido monasterio griego nos enseñó una copia del manuscrito, que apenas entendimos por no estar muy fuertes en lenguas muertas; pero el monje nos lo tradujo con tal fidelidad que recordamos perfectamente el siguiente pasaje: “Cuando la reina del sol (Cleopatra) regresó a la casi destruida ciudad donde el fuego había devorado la gloria del mundo y vio los montones de volúmenes de carbonizado foliaje e intacta encuadernación, lloró de rabiosa furia y maldijo la mezquindad de sus antepasados, que escatimaron en el texto de los manuscritos el pergamino que tan sólo emplearon en las encuadernaciones”. Más adelante se burla delicadamente de la reina porque cree que se han quemado casi todos los volúmenes de la biblioteca, siendo así que cientos y aun miles de los más valiosos estaban seguros en casa de los empleados, bibliotecarios, estudiantes y filósofos.
Muchos y muy ilustrados coptos que residen en el Asia Menor, Egipto y Palestina están seguros de que tampoco se han perdido los volúmenes de otras bibliotecas posteriores a la famosa de Alejandría, y dicen sobre ello que se salvaron todos los de la de Atalo III de Pérgamo, regalada por Antonio a Cleopatra. Afirman también que cuando en el siglo IV empezaron los cristianos a preponderar en Alejandría, y Anatolio, obispo de Laodicea, se desató en invectivas contra la religión del país, los filósofos paganos y los teurgos expertos tomaron exquisitas precauciones para conservar el depósito de la sabiduría sagrada. El famoso teurgo y filósofo Antonino acusó al obispo Teófilo (hombre de villana y miserable reputación) de sobornar a los esclavos del Serapión (51) para que substrajeran volúmenes que él vendía después muy caros a los forasteros. La historia nos enseña que en el año 389 este obispo Teófilo prevaleció contra los filósofos paganos, y que su no menos indigno sucesor Cirilo mandó asesinar a Hypatia.
Aunque el historiador Suidas da algunos pormenores acerca de Antonino (a quien llama Antonio) y de su elocuente amigo Olimpio, el defensor del serapión, es muy deficiente la historia en lo tocante a los poquísimos libros que de siglo en siglo han llegado hasta el nuestro, ni tampoco se muestra explícita por lo que se refiere a lo acaecido durante los cinco primeros siglos del cristianismo, según relatan numerosas tradiciones populares de Oriente, que, no obstante su aparente inverosimilitud, descubren mucho y buen grano entre la paja del relato. No es extraño que los naturales repugnen comunicar estas tradiciones, pues fácilmente se revuelven contra ellos los viajeros, tanto escépticos como fanáticos.