Capítulo 179
JESÚS Y GAUTAMA
La figura de Jesús es en su aspecto mítico un remedo del Krishna induísta, y en su aspecto religioso un trasunto de Gautama, con quien tiene tanto externa como internamente semejanzas de todas veras asombrosas, a pesar de ser Jesús hijo de un carpintero y Gautama de un rey. Ni uno ni otro pertenecían a la clase sacerdotal, y como Jesús repugnaba Gautama el espíritu dogmático de la religión dominante y la hipocresía e intolerancia del clero con sus devociones aparentes y prolijas plegarias. Gautama rompió resueltamente con el tradicional ritualismo induísta, y Jesús dio enérgicamente en rostro a los fariseos y saduceos. Por la humildad de su cuna y la modestia de su posición social vivió Jesús tan austeramente como Gautama por voluntaria renuncia de su dignidad y riquezas. Ambos buscaron la compañía de publicanos y pecadores, y ambos se propusieron reformar las costumbres sociales y las costumbres religiosas mediante el establecimiento de una nueva religión.
Sobre el particular dice Max Müller:
La reforma de Buda fue en sus comienzos más bien social que religiosa, pues su elemento de mayor importancia ha sido constantemente el código social y moral con preferencia a las cuestiones metafísicas. La moral budista es una de las más perfectas que ha conocido el mundo... El que constantemente pensó en libertar al hombre de la miseria de la carne y del temor a la muerte, redimió también al pueblo indo de la degradante esclavitud en que le tenía la tiranía sacerdotal... De limitarse a una simple predicación metafísica, el nombre de Buda hubiera quedado sin fama y las gentes lo olvidaran, porque su filosofía no hubiera sido más que una gota añadida al océano de especulaciones metafísicas en que siempre se bañó la India (139).
Lo mismo ocurrió con Jesús. Mientras Filo (a quien Renan llama hermano mayor de Jesús), Hillel, Shammai y Gamaliel cayeron en el olvido, Jesús se convirtió en Dios. Sin embargo, por pura y divina que fuese la moral enseñada por Cristo no podía compararse con la de Gautama; pero la divinización de Jesús estuvo favorecida por habérnoslo representado en la tragedia del Calvario como si voluntariamente sacrificara su vida para redimir al linaje humano. Sin embargo, en la India la crucifixión apenas hubiera producido efecto, pues los indos no tienen apego ninguno a la vida, porque la exaltación religiosa les mueve a penitencias mortales de necesidad. Los fakires, como saben los orientalistas, se maceran y mortifican horriblemente, y las viudas se arrojan a la pira de su marido con la sonrisa en los labios. Así pudo decir el eminente Müller:
Jóvenes en la primavera de la vida se arrojan bajo las ruedas de la carroza de Juggernâth para que los aplaste el dios de sus creencias; el pleiteante que no logra alcanzar justicia se deja morir de hambre a la puerta de la casa del juez; el místico que cree saber cuanto el mundo pueda enseñarle y anhela identificarse con la Divinidad, se abandona tranquilamente al Ganges para alcanzar la otra orilla de la existencia (140).
En un país de semejante carácter hubiese pasado inadvertida la muerte voluntaria en cruz; pero en Palestina y otras naciones más viriles que los judíos, como los griegos y romanos, donde era común el apego a la vida, en cuya defensa hubieran luchado hasta la desesperación, el trágico fin del insigne Reformador nazareno no podía, por menos de producir la emoción previamente calculada. Los nombres de otros héroes menos importantes como Mucio Scévola, Horacio Cocles y la madre de los Gracos, mantienen a través del tiempo la admiración de la posteridad; y sin embargo, recordamos que en cierta ocasión sonrieron desdeñosamente los indos de Benares al decirles la esposa de un clérigo inglés que Jesús cumplió un sublime sacrificio al dar su vida por el género humano. Entonces nos convencimos de cuán profundamente había influido el patético drama del Calvario en la fundación del cristianismo. Hasta al poético Renan le indujo este sentimiento a escribir en el último capítulo de su Vida de Jesús unas cuantas páginas de extraordinaria hermosura (141).