Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 121

JESÚS HABLA COMO HOMBRE

Cotejados los conceptos cabalístico, nazareno y gnóstico acerca del Logos, Metatron o Mediador, fácilmente echaremos de ver el error de los Padres de la Iglesia al concretar un símbolo puramente metafísico en la personalidad de Jesús, que nos presentan como único sujeto de las profecías de todos los tiempos. Confundieron a Jesús con el mito teomítico para simbolizar la época inmediata a la terminación del círculo máximo en que “la buena nueva”, desde el cielo anunciada, proclamaría la regeneración humana en el sentimiento de la fraternidad universal.

Dice Jesús:

¿Por qué me llamas bueno? Sólo uno es bueno que es Dios (140).

No son estas palabras propias de la segunda persona de la Trinidad idéntica a la primera. No es el lenguaje de un Dios. Por otra parte, si el Espíritu Santo de las Trinidades paganas y gnósticas estaba encarnado en la persona de Jesús, no se comprende qué quiso dar a entender al distinguir entre el “Hijo del Hombre” y el “Espíritu Santo” en las siguientes palabras:

Y todo el que profiera una palabra contra el Hijo del Hombre, perdonado le será; mas a quien blasfemare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado (141).

Es verdaderamente admirable la identidad entre algunas frases de Jesús y las que siglos antes enunciaron cabalistas y paganos, como se infiere de los siguientes pasajes:

Ni Dios ni hombre ni señor puede ser bueno. Tan sólo Dios es bueno (142).

El hombre no puede ser bueno. Únicamente Dios es bondad (143).

Mi doctrina es sencilla y de fácil comprensión (144).

La doctrina de nuestro maestro estriba en la invariable rectitud de corazón y en hacer a los demás lo que quisiéramos que hicieran con nosotros (145).

A Jesús Nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros por virtudes y prodigios (146).

Fue un hombre enviado de Dios que tenía por nombre Juan (147).

En este pasaje se equipara a Juan en dignidad con Jesús.

Juan el Bautista, en la solemne ocasión de bautizar a Jesús, no le trata como Dios sino como hombre, diciendo:

Éste es aquél de quien yo dije: en pos de mí viene un varón... (148).

Al hablar de sí mismo dice Jesús:

Mas ahora me queréis matar siendo hombre que os he dicho la verdad que oí de Dios (149).

El ciego de Jerusalén, curado de su ceguera por el insigne taumaturgo, al relatar lleno de gratitud y admiración el milagro, no llama Dios a Jesús sino que sencillamente dice:

Aquel hombre que se llama Jesús, hizo lodo y ungió mis ojos... (150).

No hay necesidad de añadir más ejemplos en comprobación de una verdad aseverada antes de ahora por otros comentadores. No hay peor mal que el fanatismo obcecado, y pocos hombres tienen el valor de decir, como Priestley:

No encontramos prueba alguna de la divinidad de Jesucristo antes del año 141, época de San Justino Mártir, quien del paganismo se convirtió al cristianismo (151).

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