Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 58

NATURALEZA DE LOS PITRIS

Además, el Libro de la creación de Manú o Génesis índico, dice que los pitris son los antecesores lunares de la actual raza humana, que difieren de nosotros y no se les puede llamar “espíritus desencarnados” en el sentido que los espiritistas dan a esta frase. Prueba de ello tenemos en el siguiente pasaje:

Después los dioses crearon a los yakshas, rakshasas, pishâchas (138), gandharvas (139), apsaras, asuras (140), nagas, sarpas, suparnas (141) y pitris o antecesores lunares de la raza humana (142).

Por lo tanto, tenemos que los pitris son espíritus de linaje correspondiente a la jerarquía mitológica, o mejor dicho, a la nomenclatura cabalística, y deben quedar comprendidos entre los genios benéficos (143) o dioses menores. Cuando el fakir atribuye al poder de los pitris los fenómenos que opera, da a entender con ello lo mismo que los antiguos teurgos al atribuir sus prodigios a la intervención de las entidades elementales o espíritus de la Naturaleza subordinados a la voluntad del que sabe (144).

Tanto los brahmanes como los fakires tendrían por blasfemia que alguien les supusiera en comunicación con los difuntos, pues esta suprema dicha está reservada a los sannyâsis, gurús y yoguis, según vemos en el siguiente pasaje:

Mucho antes de que finalmente desechen sus mortales vestiduras, las almas de quienes practicaron austeramente el bien, como las de los sannyâsis y vanaprasthas, adquieren la facultad de conversar con las almas que las precedieeron en el Swarga (145).

En este solo caso se entiende por pitris los egos residentes en el plano mental que únicamente podrán comunicarse con los mortales cuya aura sea tan pura como la suya, y respondan por ello a piadosas invocaciones (kalassa) sin riesgo de mancillar su pureza. Cuando el adepto logra el estado de sayadyam (146) y subyuga por completo la materia, puede comunicar libremente a todas horas con los espíritus desencarnados que progresivamente se encaminan hacia el Paramâtma.

No es extraño que los Padres de la Iglesia se enojen al oír hablar de los ritos paganos, por cuanto se arrogan para sí y para los suyos el título de amigos de Dios, equivalente al de santos, que tomaron de la terminología de los templos. Su ignorancia no les permitió describir sus visiones beatíficas con la galana belleza de los clásicos del paganismo, como, por ejemplo, Proclo y Apuleyo al relatar lo poco que pudieron de la iniciación final con tan brillantes imágenes que ofuscan las narraciones relativas a los ascetas cristianos, cuyo plagio es notorio, no obstante sus pretensiones de originalidad (147).

Prescindiendo de que la Iglesia cristiana y más particularmente los católicos irlandeses, han conservado muchos ritos y costumbres antiguos de aparente obscenidad, examinemos las obras de Taylor, el denodado campeón de las religiones antecristianas (148), que empleó su vida en la rebusca de antiguos manuscritos originales de iniciados, para corroborar en ellos su concepto personal de los Misterios.

Por la confianza que los autores del paganismo clásico nos merecen, podemos asegurar que no debió de parecer a los cristianos tan ridículamente licencioso el culto pagano como les parece a los críticos modernos, pues durante la Edad Media y algún tiempo después, adoptaron los ritos y ceremonias de las antiguas religiones sin comprender su interno significado, y satisfaciéndose con las incongruentes o más bien fantásticas interpretaciones del clero, que admitía la forma exotérica y adulteraba el sentido esotérico de las ceremonias culturales. Justo es reconocer que, desde hace muchos siglos, el bajo clero cristiano, a quien no le está permitido escudriñar los misterios del reino de Dios ni interpretar las enseñanzas de la Iglesia, no tiene ni la más remota idea del simbolismo religioso; pero no sucede lo mismo respecto del Sumo Pontífice y de los magnates eclesiásticos, pues si bien estamos de acuerdo con Inman en que difícilmente cabe creer que los clérigos con cuya licencia se publicaron ciertas obras (149), fuesen tan ignorantes como los modernos ritualistas, en cambio, no convenimos con el mismo autor en que si los clérigos hubiesen conocido el verdadero significado de los símbolos, no los hubiesen adoptado, pues al eliminar del culto católico todo lo referente al sexo y al culto de la Naturaleza, suprimiríamos el de las imágenes y nos aceercaríamos a la reforma protestante.

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