Capítulo 77
CABALISMO DEL APOCALIPSIS
En todas las poblaciones adonde iba Jesús a predicar le acusaban los fariseos de ejercer la magia egipcia (102) y de lanzar los demonios en nombre de Beelzebú (103). Por otra parte, San Justino Mártir no sólo afirma con toda autoridad que los gentiles de su tiempo atribuían los milagros de Jesús a operaciones mágicas (...) idénticas a las de los taumaturgos paganos, sino que deplora que le llamaran embaucador del pueblo (104).
Según el Evangelio de Nicodemus, los judíos acusaron de mago a Jesús ante Pilatos diciendo: “¿No te hemos dicho que era mago?” Celso alude a la misma acusación, y como neoplatónico cree en ella (105). El rabino Iochan refiere que a Jesús le era tan fácil volar por los aires como al común de las gentes andar por el suelo (106). San Agustín asegura que, en opinión general de los contemporáneos, Jesús había sido iniciado en Egipto y escribió tratados de magia que legó a Juan (107). En las Clementinae Recognitionis se acusa a Jesús de haber operado milagros no como profeta judío, sino como mago pagano (108).
Entonces, igual que ahora, el clero fanático, la plebe ínfima y la aristocracia no iniciada en los Misterios solían acusar de hechicería a los hierofantes y adeptos de mayor nota (109). Una de las pruebas más valiosas de que a Jesús le tuvieron por mago sus coetáneos, nos la ofrece el sacófago del Museo Gregoriano, cuyos bajorrelieves representan los milagros de Jesús y entre ellos el de la resurrección de Lázaro, donde figura Jesús con el rostro lampiño y una varita en la mano, como los nigrománticos, mientras que el cuerpo de Lázaro está vendado exactamente como las momias egipcias.
De seguro que el mundo cristiano se parecería más a Cristo y la humanidad no tendría más que una religión y un solo Dios, sin las complicadas y absurdas disquisiciones acerca del “Hijo del Hombre”, si dispusiéramos de un retrato auténtico de Jesús, trazado como la figura del sarcófago en los albores del cristianismo, cuando todavía las gentes conservaban vivo el recuerdo de las circunstancias personales de fisonomía e indumentaria del Reformador. Las dudas y perplejidades religiosas proceden de la falta de datos positivamente personales de la figura divinizada por el cristianismo, pues mientras predominó en la nueva religión el elemento judío no hubo imagen alguna de Jesús, por el horror que inspiraba toda representación plástica, según enseñaron los caldeos. Así es que hubieran tenido por sacrílega irreverencia cualquier representación de su Maestro.
En los días de Tertuliano, la única efigie válida de Jesús era una alegoría del Buen Pastor, que, sin embargo, no lo representaba fisonómicamente, pues se reducía a una figura de hombre con cabeza de chacal, como Anubis, y con la rescatada oveja al hombro (110).