Capítulo 123
LOS SEPHIROTES Y EL MONTE MERU
En las representaciones budistas del monte Meru, llamado por los birmanos Myé-nmo y por los siameses Sineru vemos el simbolismo original de Adam Kadmon o Seir Anpin (el hombre celeste) en quien se sintetizan los eones en sus diversas jerarquías de sephirotes, potestades, tronos, virtudes y dominaciones que de él derivó posteriormente la Kábala. La representación budista del monte Meru consiste en dos columnas unidas por un arco cuya bóveda en forma de media luna es la morada de A’di Buddha, la suprema Sabiduría o invisible Divinidad. Bajo el punto culminante de esta bóveda se extiende el círculo representativo de la primera emanación del Absoluto (111) que corresponde al Adam Kadmon con los diez sephirotes inmanentes en él. Del círculo de Brahmâ emanan otros nueve, circuidos por el décimo, que algunas veces están figurados en la representación por pagodas cuyos nombres expresan atributos de la divinidad manifestada. Siguen más abajo los siete planos o esferas celestes, cada una de ellas rodeada por un mar. Son las mansiones de los devatas o dioses, cuya pureza y espiritualidad decrece en proporción de su cercanía a la tierra. Después se ve el monte Meru formado por tres grandes círculos, símbolo de la Trinidad del hombre, con infinidad de otros menores en su interior.
Quienes conozcan el valor numérico de las letras de los nombres bíblicos, como el de la Gran Bestia del Apocalipsis, el de Mithra (... ...) y otros, podrán inferir fácilmente la identidad de las divinidades del monte Meru y de las emanaciones de los cabalistas. También cabe equiparar unos y otras a los genios que, según los nazarenos, tenían asignadas funciones peculiares en perfecta correspondencia con el simbolismo de la doctrina secreta, tal como se enseñaba en los tiempos arcaicos.
Apoyado en las reglas dadas por el obispo Newton para interpretar el significado de los textos por el valor numérico de las letras, da King en su obra: Los gnósticos y sus huellas, vagas insinuaciones sobre el particular que, sin embargo, corroboran nuestra aserción. Este eminente arqueólogo, que tanto tiempo empleó en el estudio de las joyas gnósticas, demuestra que toda dicha teoría está copiada de la índica. El durga o aspecto femenino de las divinidades orientales corresponde al concepto que los cabalistas simbolizan en la celeste jerarquía de las Virtudes, aceptada rutinariamente por los Padres de la Iglesia y desfigurada más tarde por los teólogos cristianos.
Dice King:
Aunque la interpretación numérica se tenga por ciencia exclusiva de los judíos talmudistas, no hay duda de que la aprendieron de los caldeos, fundadores del arte mágico. Los nombres de Iao, Abraxas, etc., no fueron invención gnóstica, sino sagrados nombres ya conocidos en las más antiguas fórmulas de Oriente. A estos nombres alude seguramente Plinio cuando enumera las virtudes atribuidas a las amatistas en que estaban grabados los del sol y la luna sin traducción definida en las lenguas latina y griega. En los nombres: Sol eterno, Abraxas y Adonai, que aparecen grabados en estas joyas, echamos de ver los amuletos ridiculizados por Plinio (112).
Volviendo a la representación del monte Meru vemos que el conjunto está rodeado por el mar Mayor (Mahasamut) equivalente a la luz astral o éter de los cabalistas. En el círculo céntrico de la representación aparece la figura de Seir Anpin, el hombre celeste (113), que muchas lamaserías tibetanas identifican hoy día con la imagen de Gautama, última encarnación del Buddha.
Debajo del monte Meru está la morada de la Naga máxima, la reina de las sierpes (Rajah Naga) (114) y diosa de la tierra (115), que está en recelo del gran dragón (116). Más abajo todavía está la octava esfera o región infernal. Los nazarenos admitían siete demonios impostores que engañan a los hijos de Adán (117) pero en contraposición consideran siete Vidas o benéficos Espíritus planetarios emanados de Cabar-Zio que brillan y resplandecen por su propia virtud en el seno de la luz que fluye de lo alto.