Capítulo 176
JESÚS Y APOLONIO
Apolonio de Tyana, coetáneo de Jesús de Nazareth, fue como éste entusiasta fundador de una nueva escuela espiritualista, y si bien menos metafísico y más práctico que Jesús y menos tierno y perfecto, infundió en sus discípulos la misma espiritualidad quintiesenciada y predicó la misma moral; pero grave error fue que tan sólo dirigiera su acción a la aristocracia, pues en esta clase social había nacido y era rico en bienes de fortuna, mientras que el humilde Jesús, nacido de familia pobre, “no tenía donde reclinar su cabeza”. Sin embargo, ambos obraban prodigios con sorprendente analogía de propósito en la predicación.
Antes de Apolonio había aparecido Simón el Mago, a quien las gentes llamaban el “gran poder de Dios”, cuyos prodigios, más admirables y variados todavía, constan en la historia más documentadamente que los de Jesús y los apóstoles. El escepticismo niega unos y otros, pero la historia los comprueba. La obra taumatúrgica de Apolonio está además corroborada por San Justino Mártir, quien, según ya vimos, diputa los milagros del filósofo de Tyana muy superiores a los del Fundador del cristianismo.
Como Gautama y Jesús, era Apolonio irreconciliable adversario del culto externo y de las inútiles ceremonias religiosas. Si a ejemplo de Jesús hubiese preferido la compañía de los humildes y voluntariamente hubiese muerto proclamando desde lo alto de la cruz la verdad divina (142), de seguro que fuera su sangre tan meritoria como la de Jesús para la propagación de las enseñanzas espirituales.
Muchas calumnias se arrojaron contra Apolonio, y dieciocho siglos después de muerto difamó su memoria el obispo Douglas en una obra que escribió contra los milagros, sin percatarse de los hechos históricos. Si examinamos imparcialmente esta cuestión, advertiremos que las éticas de Gautama, Platón, Apolonio, Jesús, Amonio y sus discípulos, están basadas en la misma filosofía mística. Todos adoraban a un solo Dios, ya considerándole como Padre común de los hombres que en Él viven y Él en ellos, ya como el incognoscible Principio creador de todo cuanto existe. Así fueron semejantes a Dios estos hombres (143). Todos se ejercitaron en la contemplación mística, en la identidad con el Yo, el Atman, según los brahmanes. Este término induísta es también cabalístico por excelencia.
Dice el Rig Veda:
¿Quién es el Ser? El Señor de todas las cosas. Todas las cosas están contenidas en el Ser; todos los seres contenidos en el Ser. El mismo Brahmâ es el Ser (144).
Dice Idra Rabba:
Todas las cosas son Él y en todas partes está Él oculto (145).