Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 53

EL DOGMA DE LA INMACULADA

Este secreto motivo tuvo la declaración del dogma de la Inmaculada. La simbología comparada progresaba rápidamente por entonces, y era preciso que la fe en la infalibilidad del Papa y en la pureza original de la Virgen y de sus antepasados en línea femenina hasta cierto grado de parentesco, resguardasen a la Iglesia de las indiscretas revelaciones de la ciencia. La definición de este dogma fue un hábil ardid del Vicario de Cristo, que al “conferir tal honor” a la Virgen, como ingenuamente dice Pascale de Franciscis, la ha convertido en olímpica diosa que, incapaz de pecar por naturaleza, carece del mérito de la virtud personal; y precisamente por esta carencia de merecimiento fue escogida entre todas las mujeres, según nos enseñaron a creer en la infancia. Pero si el Papa desposeyó a María de todo merecimiento personal por su pureza, en cambio, presume haberla dotado con un atributo físico del que no participan las demás diosas vírgenes. Con todo, este nuevo dogma, al que posteriormente se añadió el de la infalibilidad pontificia y que ha revolucionado el mundo cristiano, tampoco es privativo de la Iglesia de Roma, sino que es un retroceso a la ya casi olvidada herejía de los coliridianos, que en los primeros tiempos del cristianismo ofrecían a María sacrificios de tortas por creer que había nacido sin mancha de pecado (150). Por lo tanto, la nueva jaculatoria: “¡Oh María!, sin pecado concebida”, es póstuma aceptación de la blasfema herejía condenada en un principio por la ortodoxia de los Padres.

Fuera inferir agravio a la erudición y maquiavelismo de los papas y sus dignatarios suponerles ignorantes del significado de los símbolos religiosos. Fuera olvidar que los agentes de Roma salvaron por medios de jesuítico artificio cuantos obstáculos les embarazaban el camino. Los misioneros de Ceilán sobresalieron en la política de adaptación al medio ambiente; pues, según afirma el erudito e idóneo abate Dubois (151), sacaban procesionalmente las imágenes de Jesús y la Virgen en la misma carroza del Juggernauth (152), en la que los “perversos paganos” llevan el lingham de Siva, e introdujeron las danzas brahmánicas en las ceremonias culturales, al propio tiempo que daban representación cristiana a los conceptos induistas de Nara (padre), Nari (madre) y Viradj (hijo).

Dice Manú:

El Soberano Señor que existe por sí mismo divide su cuerpo en dos mitades, masculina y femenina. De la unión de estos dos principios nació Viradj, el Hijo (153).

Los Padres de la Iglesia no ignoraron de seguro el significado material de estos símbolos, pues bajo este aspecto los pusieron al alcance del inculto vulgo; pero como ninguno de ellos, excepto el apóstol Pablo, estuvo iniciado en los Misterios, nada sabían de cierto en lo concerniente al verdadero significado de los ritos (154), aunque todos tuvieron motivo de sospechar su oculto simbolismo.

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