Isis Sin Velo - [Tomo III]

Capítulo 23

LOS SEPHIROTES CABALÍSTICOS

Swayambhuva es la Divinidad inmanifestada, el Ser existente por Sí mismo y de Sí mismo, el germen céntrico e inmortal de todo cuanto en el universo existe. De Swayambhuva emanan tres tríadas (la trina Trimurti) que en Él forman la suprema Unidad, y son:

1.ª Tríada inicial: Nara, Nari y Viradyi.

2.ª Tríada manifestada: Agni, Vaya y Surya.

3.ª Tríada creadora: Brahma, Vishnu y Siva.

El concepto de cada una de estas tríadas va siendo sucesivamente menos metafísico y más asequible a la comprensión vulgar, de modo que la tercera es la más concreta y necesaria expresión del símbolo. Emanaciones de Swayambhuva son los diez Sephirotes de la cábala hebrea, equiv alentes a los diez Prajâpatis induistas (89).

Dice Franck, el traductor de la Kábala:

Los diez Sephirotes se clasifican en tres categorías que respectivamente representan un aspecto distinto de la Divinidad, aunque en conjunto formen la indivisible Trinidad.

Los tres primeros Sephirotes son metafísicamente intelectuales, representan la absoluta identidad de la existencia y el pensamiento y forman lo que los modernos cabalistas llaman el mundo intelectual o primera manifestación de Dios.

El segundo grupo o categoría de Sephirotes representa en un aspecto la identidad del bien y de la sabiduría y en otro aspecto nos muestran la magnificente belleza de la Creación. Por esto se les llama virtudes y constituyen el mundo sensible.

El tercer grupo de Sephirotes identifica la Providencia universal del supremo Artífice con la Fuerza absoluta que genera cuanto existe. Constituye este grupo el mundo natural, o sea la naturaleza en su esencia y principio activo. Natura naturans.

Vemos, pues, que este concepto cabalístico es idéntico al de la filosofía induista, y quien lea el Timeo de Platón advertirá que este filósofo repite el mismo concepto (90).

Verdaderamente, pendió de un hilo el destino de la posteridad durante los siglos III y IV; porque si el año 389 no hubiese el emperador Teodosio publicado un edicto (a instigación de los cristianos) ordenando la destrucción de todos los ídolos de la ciudad de Alejandría, no hubiese tenido el Occidente su propio panteón mitológico cristiano. Jamás había alcanzado la escuela neoplatónica tanto esplendor como en sus postrimerías, pues armonizaba la mística teosofía del antiguo Egipto y la Kábala oriental con la exquisita filosofía griega; de modo que nunca como entonces estuvieron los neoplatónicos tan cercanos a los misterios de Tebas y Menfis por su excelencia en la profecía, adivinación y terpéutica, aparte de sus amistosas relaciones con los judíos más eminentes que conocían muy a los hondo las doctrinas de Zoroastro (91).

Si el conocimiento de las fuerzas ocultas de la Naturaleza despierta la percepción espiritual del hombre, educe sus facultades intelectuales y le infunde más profunda veneración hacia el Creador, en cambio la ignorancia, el dogmatismo y el pueril temor de ahondar en las cosas, engendra inevitablemente el fetichismo y la superstición. Cuando Cirilo, obispo de Alejandría, transmutó la Isis egipcia en la Virgen María y empezaron las polémicas sobre el concepto de la Trinidad, dieron los cristianos mil interpretaciones a la doctrina egipcia según la cual el Creador era la primera emanación de Emepht (92), hasta que los concilios definieron el dogma en su concepto actual, que viene a ser la adulterada tríada cabalística de Salomón y dieron el nombre de Cristo al Hombre celeste, al Adam Kadmón, al Verbo, al Logos, identificándole en esencia y existencia con el Padre o Anciano de los Días. La oculta SABIDURÍA fue, según el dogma cristiano, idéntica y coeterna con su emanación la Mente divina.

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