Capítulo 134
CONFESIÓN DE JACOLLIOT
Por otra parte, Jacolliot afirma que jamás compartieron los brahmanes eruditos las supersticiones populares, sino que inquebrantablemente creyeron en la unidad de Dios y en la inmortalidad; aunque ni Kapila ni los brahmanes iniciados ni los discípulos de la escuela vedantina tuvieron de la Causa primera el antropomórfico concepto que posteriormente le dio el cristianismo dogmático.
Si necesitáramos nuevas pruebas, el mismo Jacolliot nos las da al impugnar el error con que tropieza Müller al decir que “las divinidades induístas son máscaras sin actores o nombres sin seres, y no seres sin nombre”. En contra de esta imputación cita Jacolliot numerosos pasajes de las Escrituras induístas, diciendo:
¿Es posible negar al autor de estas estrofas un claro y definido concepto de la divina potencia del único Ser, dueño y soberano del universo? ¿Acaso eran los altares mera alegoría? (35).
Este argumento es perfectamente válido contra la imputación del famoso filólogo alemán que califica de “embrollo teológico” el Atharva Veda, con tan flaco criterio como el racionalista Jacolliot juzga las doctrinas de Kapila y Vyasa, pues por vasta que sea la erudición de ambos comentadores y por profundamente que conozcan las lenguas muertas de Oriente, les falta la clave para interpretar los mil y un enigmas de la doctrina secreta. Pero mientras el filólogo alemán no se toma el trabajo de escrutar aquel “embrollo teológico”, el orientalista francés no desperdicia coyuntura alguna de investigación y se confiesa sinceramente incapaz de ni sondear siquiera el profundo océano de las místicas enseñanzas cuyas huellas, a cada paso descubiertas,señala a la atención de la ciencia. aSí es que, no obstante haberse negado sus “venerados maestros”, los brahmanes de las pagodas de Villenur y Chélambrum (36), a revelarle los mágicos misterios del Agruchada Parikshai (37) y del triángulo del brahmâtma (38), no repara Jacolliot en declarar noblemente que todo es posible en la metafísica índica, y que los orientalistas europeos interpretaron equivocadamente los sistemas filósoficos de Kapila y Vyasa. Pero Jacolliot se contradice después en el siguiente pasaje:
Le pregunté cierta vez a un brahmán de la pagoda de Chélambrum, afiliado a la escuela escéptica y materialista de Vyasa, si creía en la existencia de Dios. Y respondióme sonriente: Aham eva param Brahma (yo mismo soy dios).
-¿Qué significa usted con eso?
-Que cada ser de la tierra, por insignificante que parezca, es una partícula eterna de la materia eterna (39).
Esto mismo hubiera respondido cualquier cabalista o gnóstico, pues la filosofía esotérica resolvió hace siglos el problema del origen y destino del hombre.
Quien crea en las palabras de la Biblia que dicen:
Formó, pues, el Señor Dios al hombre del polvo de la tierra e inspiró en su rostro soplo de vida (40)
ha de creer forzosamente que en cada átomo de este polvo alienta el espíritu de vida, pues daría pruebas de mezquino criterio el que creyera lo primero y negase lo segundo. Los versículos anteriores al citado corroboran esta consideración, según puede inferirse de su texto, que dice:
Y los bendijo diciendo: Creced y multiplicaos (41).
Vemos que Dios bendice por igual a todas las criaturas vivientes de la tierra, del agua y del aire, pues a todos les dotó de vida o alma, o sea el aliento de su propio Espíritu. La humanidad es el adam Kadmon del “Desconocido”, su microcosmos y único representante en la tierra, por lo que cada hombre es un dios en ella.
Ya que Jacolliot está por su erudición tan familiarizado con los libros de Manú y otros autores védicos, no desconocerá el siguiente pasaje, cuyo significado podríamos preguntarle:
Plantas y árboles presentan multitud de formas a causa de sus precedentes acciones. Están rodeados de tinieblas, pero en ellos alienta el alma y sienten el placer y el dolor (42).
Por lo tanto, si la filosofía indica reconoce alma en las formas inferiores del reino vegetal y en cada átomo de materia, ¿cómo podría negar la existencia inmortal del alma humana? Y admitida el alma, ¿cómo negar lógicamente su patrio manantial, su no ya primera sino eterna Causa? En verdad, que ni los racionalistas ni los materialistas, incapaces de comprender la metafísica indica, debieran juzgarla por el patrón de su propia ignorancia.